Parece que los habitantes de este país estamos optimistas a pesar de todo y las sucesivas subidas del Euríbor -con el consiguiente susto en los plazos de la hipoteca- no han conseguido frenar nuestros deseos de consumir por encima de todo. Eso es bueno, en cierta manera, porque entre todos estamos logrando sostener el crecimiento de la economía española a un ritmo excelente y, lo que es más importante aún, constante y estabilizado.
Temía el Banco de España y un buen puñado de expertos que el desorbitado crecimiento del coste de la vivienda y las subidas del precio del dinero provocaran un frenazo en el consumo interno que llevara a cierto parón económico. Pues no, de momento ocurre todo lo contrario. Lo ha anunciado el Gobierno a bombo y platillo, que para eso estamos en campaña electoral y los datos que afectan al bolsillo siempre son buenas razones para convencer.
Y parece que, en efecto, no lo está haciendo mal del todo el Ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero, que resalta casi con euforia ese 4 por ciento anual de crecimiento del PIB, el dato más sobresaliente desde hace siete años.
Pero, ojo, aunque la evolución es satisfactoria, es precisamente en tiempos de vacas gordas cuando hay que prepararse para la inevitable llegada de la flaqueza -en economía, como en la vida, todo se mueve por ciclos de valles y picos-; una perspectiva que llegará según los expertos quizá de modo suave pero inexorable como consecuencia del desinflamiento de la actividad constructora, efervescente en los últimos años. Se estima que la bonanza durará al menos dos años más, pero en un país como el nuestro, con más de dos millones de parados y los seculares problemas estructurales, nunca está de más guiarse por la prudencia y la previsión.
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