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AGUILÓ MORA
En La Monumental de Muro toreaban ayer Vicente Barrera, Manuel Díaz El Cordobés y José Ortega Cano. El primero puso el toreo, el segundo el divertimento y tercero la desvergüenza. Si las segundas partes siempre fueron malas, las terceras, son peores. En la que es su tercera reaparición, Ortega Cano dio ayer sobradas razones a la causa antitaurina. Al diestro cartagenero, fondón y abotargado, le tocó ¿lidiar? al primer y cuarto toro de la tarde. A ambos los mató sin torearlos. Lo del primero tuvo un pase, no se puede pedir más de alguien que ya no está para ser torero. Sin embargo lo del cuarto fue un auténtico desastre. Toreo miedoso pese a que el picador se encargó, a fuerza de puyazos que no venían a cuento, de convertir al bravo de Luis Albarrán González en un pobre bicho moribundo. Si con el capote asistimos a una delirante sesión de toreo exprés, con la muleta presenciamos una nueva variante de la lidia: el toreo con mando a distancia. El público que abarrotaba los tendidos empezaba a impacientarse y la actuación de la cuadrilla de Ortega no ayudó a atemperar los ánimos. Los banderilleros, de risa. Incapaces de atinar un sólo par, al negro le clavaron palitroques hasta en el costillar. De bombero-torero, señores. José Ortega Cano liberó del suplicio al respetable haciendo expirar al toro con media estocada y dos descabellos.

Ante tal repertorio de despropósitos fueron El Cordobés y Vicente Barrera quienes, con tres orejas cada uno, salvaron la tarde. El primero, con eshow o destoreo a que nos tiene acostumbrados, y el segundo con el toreo verdadero. Manuel Díaz se metió al público en el bolsillo con el segundo al que agasajó de primeras con una docena y media de furibundas verónicas. Estrenó la muleta con tres pases de rodillas contra la barrera a los que siguieron unos cuantos pases abrazado al toro y dos saltos de rana. En la suerte de matar, una estocada completa e impecable fulminó a la res. Dos orejas y vuelta al ruedo. Con el quinto la cuadrilla de El Cordobés se adornó con los tres mejores pares de banderillas de la tarde. El maestro se recreó con abrazos, besos y hasta patadas al toro, pero a la hora de culminar la faena no pasó de dos pinchazos y un descabello. Aún así, la presidencia le regaló una oreja.