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La muerte de seis soldados del contingente español en el Líbano a causa de un atentado terrorista con coche bomba pone de relieve el alto riesgo de las misiones que el Ejército desarrolla en diferentes rincones del mundo, ya sea bajo mandato de la OTAN o de la ONU. Eso es algo que conocen muy bien quienes optan por integrarse en las Fuerzas Armadas. Saben que existen incontables peligros inherentes a las labores que tienen encomendadas. Esto no quiere decir que no deban adoptarse las medidas necesarias para garantizar la máxima seguridad de nuestros soldados en el exterior.

Debemos reconocer la prontitud de la comparecencia del ministro de Defensa, José Antonio Alonso, que dio las explicaciones pertinentes sobre lo acontecido a la opinión pública. Y estaría bien que, amén de ello, se explicaran los hechos también en sede parlamentaria. Pero esto no quiere decir que no debamos criticar el hecho de que el vehículo blindado no contara con inhibidores de frecuencia, lo que hubiera imposibilitado la activación a distancia del artefacto explosivo. Y, además, es necesario que, desde el Ejecutivo, se haga un esfuerzo por explicar a la sociedad qué están haciendo nuestros soldados allende nuestras fronteras y en qué consisten sus misiones, sin hurtar los peligros que comportan auténticos avisperos como Afganistán o el mismo Líbano.

Pero lo que primero que debe imponerse en estos momentos es el reconocimiento público de la labor realizada por estos jóvenes que han muerto lejos de sus seres queridos. Y, naturalmente, apoyar a las familias que se han visto sacudidas por unas pérdidas irreparables. Las misiones del Ejército nunca deben convertirse en motivo de confrontacion partidista y, mucho menos, cuando, cumpliendo con su deber, unos soldados han perdido la vida.