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AMAYA MICHELENA
Pocas veces una noticia de portada nos toca el corazón de la forma en que lo hizo aquel 11 de julio de hace diez años. Nos hablaba del secuestro por parte de ETA de un joven concejal del Partido Popular de un pueblo guipuzcoano poco conocido para quienes no son de allí. Desde entonces el nombre de Ermua estará definitivamente asociado a aquel suceso terrible y para muchos ha pasado a ser sinónimo de lucha por la libertad y la democracia, a pesar de las manipulaciones posteriores.

Miguel Àngel Blanco era hijo de inmigrantes gallegos en tierras vascas, como tantos otros, y a pesar de su juventud y de su anonimato, o quizá por ello, se convirtió en objetivo de ETA. Su secuestro fue atípico, por lo breve y por el desenlace inesperado y cruel.

Dos tiros en la nuca acabaron con su vida apenas 48 horas después de ser capturado. Él no lo supo, pero el país entero estaba a su lado. Mallorca, también. Nada más conocerse la noticia los ciudadanos de esta tierra, tan poco propensos a echarse a la calle, salieron de casa sin pensárselo, mientras repicaban las campanas de todas las iglesias. Poco después se acuñaría el «Basta ya», cuando el joven fue abandonado moribundo al cumplir ETA su macabra amenaza. Aquel lunes 25.000 personas se manifestaron en Palma. Fue la mayor concentración hasta la fecha.