Las elecciones del pasado domingo en Turquía han revalidado, y ampliado, al Partido de la Justicia y del Desarrollo (AKP) en el poder; una formación que lidera Tayyip Erdogán y que se enmarca en un islamismo moderado.
El amplio respaldo electoral obtenido por el AKP supone, en primer lugar, un rotundo rechazo a los intentos de intervencionismo del estamento militar en el vida pública turca, el cual ha protagonizado tres golpes de estado desde 1960. Además, el partido de Erdogán ha desmentido los augurios de una deriva hacia el islamismo más radical, tal y como vaticinaban algunos de sus opositores, en especial el Partido Republicano del Pueblo (CHP), los cuales han sufrido un serio revés en las urnas. Es una incógnita el comportamiento futuro de la representación, escasa, de la minoría kurda en la Gran Asamblea Nacional.
Sin embargo, desde Occidente, la lectura que se hace del resultado electoral en Turquía no ha variado un ápice respecto a su insistente petición de ingreso en la Unión Europea. Las declaraciones del comisario Barroso en Atenas este pasado fin de semana han dejado muy claro que los intentos de Ankara por ingresar en el club de Bruselas no pasan de ser un mero ejercicio de voluntarismo político; los países más poderosos de la Unión Europea "Alemania y Francia, en especial" siguen poniendo un veto sin paliativos a la entrada turca.
Erdogán ha anunciado que mantendrá el proceso de reformas internas para adecuar la estructura política, social y económica de Turquía "que no olvidemos que forma parte de la estructura militar de la OTAN" a las exigencias de la Unión Europea. El proceso, a tenor de las reacciones, se intuye largo y difícil en el que las cesiones, por ambas partes, deberán estar presididas por la prudencia.
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