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nte la conferencia anual de sus embajadores, el presidente de la República Francesa, Nicolas Sarkozy, ha apuntado un giro trascendental en la política exterior gala al plantear la posibilidad, todavía remota, de aceptar la entrada de Turquía en la Unión Europea; una hipótesis que condiciona a un consenso generalizado entre el resto de países miembros.

No obstante, el aspecto más importante de la intervención de Sarkozy reside en las propuestas de replanteamiento general sobre el futuro de la Unión Europea, una posición que trata de abordar el núcleo del problema: ¿hasta dónde puede o debe crecer la Unión Europea? El presidente francés no oculta sus preferencias con respecto a Turquía, país con el que defiende la fórmula de asociación; pero la cuestión sigue en el aire.

La integración de Turquía como un miembro más de la Unión Europea genera los lógicos recelos, en especial en los países «motores» como Alemania y Francia; circunstancia que "tal y como sugiere Nicolas Sarkozy" avala la necesidad de abrir un período de reflexión sereno sobre el futuro de la organización.

La entrada o no de un país en la UE no puede quedar supeditada, tal y como se quiere dar a entender, al cumplimiento de determinados parámetros económicos; este proceso puede acabar convirtiendo Bruselas en un monstruo desequilibrado e ingobernable. Da la impresión que es exigible una afinidad cultural y social entre las distintas comunidades que conforman la Unión Europea, aspectos que en el caso turco "donde hay un más que evidente avance de los grupos islamistas" plantean incógnitas preocupantes. En consecuencia, la prudencia debe regir las futuras decisiones de ampliación en el seno de la UE.