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JOAN J. SERRA En el Ponent de Mallorca, al igual que en otras zonas de la Isla, el increíble y degradante espectáculo de la devastación de lo que fue una costa privilegiada nos hace ser conscientes de que hace décadas se perdió la oportunidad de combinar unos usos turísticos y residenciales moderados, racionales y sostenibles con la conservación del litoral. Una vuelta por la Mola, cala Llamp y los alrededores de cala Egos, en Andratx, o por Santa Ponça, Palmanova y Magaluf, en Calvià, sirve para comprobar que las panorámicas sobre el mar son magníficas, pero también que la tranquilidad que buscaban los primeros turistas y los que allí se construyeron una segunda residencia es muy difícil de encontrar.

Al ruido constante e insoportable de las noches de «marcha» de los hooligans se une de día el estruendo, en casi en todas partes en la costa de Andratx, de las picadoras de obra. Cuando una acaba, empieza otra en el solar vecino. ¿Dónde está la tranquilidad?

El Port d'Andratx es un puro lamento de la naturaleza. Cala Llamp y la Mola son ejemplos de aprovechamiento máximo del terreno, salvando y modificando durísimas pendientes para construir en un ejercicio de auténtico equilibrismo urbanístico. Ya resulta manida la frase mallorquina de que todas estas urbanizaciones parecen eixams d'abelles.

El recorrido en barco por la costa de Ponent puede ser muy agradable si no se aparta la vista del mar. Cualquier vistazo a la costa lleva a la reflexión y al lamento. Resulta muy manido el argumento de que «sin turismo, iríamos en carro y comeríamos algarrobas», pero, realmente, ¿era necesario este castigo, esta devastación de la costa? Salvo casos aislados, ¿se puede hablar de turismo de calidad en Calvià? ¿Qué opinan los turistas de alto poder adquisitivo y cierto nivel cultural ante la panorámica de la Mola d'Andratx? ¿Por qué este tipo de turistas, tan codiciados, frecuentan cada vez más los agroturismos y hoteles rurales del interior de la Isla? También es verdad que resulta un tanto injusto aplicar o trasladar las nuevas ideas del siglo XXI sobre desarrollo sostenible a la mentalidad de los años 60 y 70. En aquella época, imperaba el «cuanto más, mejor» y resultaban impensables planteamientos relacionados con la sostenibilidad, el cambio climático o la necesidad planetaria de conservar el equilibrio ecológico. Igualmente es verdad que el turismo de esos años demandaba sol, playa y diversión, y poco más. Por ello, cuando los turistas de los años 90 empiezan a exigir tranquilidad y naturaleza, a muchos les dejó descolocados.