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La brutal agresión de la que fue objeto una joven ecuatoriana en el metro de Barcelona ha provocado una oleada de reacciones de indignación, ante el ataque injustificado con tintes xenófobos y racistas, y luego de estupefacción cuando se supo que el autor fue puesto en libertad por el juez a las pocas horas de su detención.

La secuencia de la lluvia de golpes y patadas recibidas por la adolescente y grabada por la cámara instalada en el vagón del metro barcelonés, ofrecida por los medios de comunicación, ha llevado hasta todos los hogares españoles un episodio de violencia extrema, injustificada, contra una joven indefensa que todavía sufre las secuelas del ataque. La repulsa provocada por este acto se agrava cuando se conocen los motivos que lo provocaron y que no tenían otro origen que el odio al inmigrante, puro y simple racismo.

Sin querer restar un ápice de la responsabilidad, incuestionable a la vista de las imágenes, del agresor -un joven que ha declarado que se encontraba borracho en el momento de la agresión-, no cabe duda que su puesta en libertad a las pocas horas de su detención ha acrecentado, todavía más, el desconcierto de la ciudadanía. Lo ocurrido ha dejado en evidencia la carencia de medios de la Justicia en España. La ausencia del fiscal -atendiendo otro caso en una localidad próxima- obligó al juez a dejar en libertad, siendo respetuosos con la legalidad, al que todavía se debe calificar como presunto agresor.

El ministro de Justicia, Mariano Fernández Bermejo, ha tenido que activar la acción de la Fiscalía para proceder a la detención, de nuevo, del violento para calmar las críticas de la calle y las presiones internacionales, en especial desde Ecuador, donde su presidente Correa ha anunciado su apoyo a la joven herida.