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La sociedad italiana lleva ya bastante tiempo intentando mitigar ese cansancio que en la mayoría de países europeos manifiesta el ciudadano ante el quehacer de los partidos tradicionales. Si hace 12 años asistimos al nacimiento de El Olivo, ahora acaba de aparecer en escena el Partido Democrático, que nace de la fusión de los Demócratas de Izquierda (DS, surgido del antiguo Partido Comunista) con La Margarita, que engloba a los católicos de izquierda. En suma, se trata de que los italianos de izquierda cierren filas en torno al nuevo partido. Con independencia del futuro que aguarde a la flamante formación, hay que anotar que su punto de partida permite albergar un cierto optimismo a sus patrocinadores. En primer lugar, porque la novedad que supone en Italia el impulsar el nacimiento de un partido a través de unas primarias ha despertado el interés del ciudadano hasta extremos inimaginables. Nada menos que 3'4 millones de personas participaron en esas fundacionales primarias del pasado día 14, lo que de por sí ya constituye todo un éxito. Por otra parte, la moderación programática exhibida por un nuevo partido que aspira a ir más allá que los partidos tradicionales pero sin desautorizarlos, es algo que también puede granjearle simpatías ante una opinión pública italiana harta ya de estériles rencillas. Si a ello le añadimos los aires nuevos que puede traer este Partido Democrático en su sintonía con una sociedad que se pretende moderna, resulta fácil concederle un margen de confianza. De estructura federal de tipo regional, en el Partido Democrático la mitad de sus candidatos son mujeres, y la mayoría de los mismos tiene menos de 40 años. Esta astuta dosificación de incentivos de hoy, por decirlo de algún modo, está llamada a ilusionar parcialmente a una sociedad que lleva ya décadas desengañada ante una política de siempre.