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Las de estos días han sido las últimas manifestaciones conmemorativas del 20-N en el Valle de los Caídos, en favor del anterior régimen dictatorial del general Francisco Franco "fallecido hace ya 34 años". La nueva Ley de la Memoria Histórica prohíbe la exaltación de uno de los períodos más negros de la Historia de España, casi cuarenta años en los que "después de una sangrienta Guerra Civil" la libertad desapareció de la vida política en nuestro país. Parece lógico que, recuperada la libertad y la democracia, la sociedad española no siga dando amparo legal a quienes pretender enaltecer mandatarios que basaron su gobierno en el desprecio a los derechos humanos.

Con independencia de episodios puntuales, lo cierto es que el electorado español dio, casi desde el primer momento, la espalda a las distintas formaciones políticas que, de un modo más o menos explícito, querían erigirse en herederas del franquismo. Un puñado de nostálgicos apenas logran unos pocos votos en las elecciones. En las manifestaciones que convocan, los participantes se cuentan en tan sólo unos centenares. Este es, por fortuna, el peso electoral y social de los grupos que encarnan la extrema derecha en España.

Cuestión distinta es la solución que debe adoptarse con los símbolos, calles y monumentos de aquella época, tan triste, pero real de la Historia española. Frente a los que abogan por la desaparición de cualquier vestigio relacionado con el franquismo, lo razonable es contraponer una actitud didáctica frente a las futuras generaciones. El pasado, por doloroso e injusto que sea, no se borra; en todo caso se explica para evitar que vuelvan a cometerse los mismos errores que llevaron a una contienda que enfrentó a los españoles durante tres años. El tiempo permitirá abordar los futuros 20-N con más desapasionamiento.