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Nos habían bombardeado durante semanas con aspectos tan superficiales como la iluminación, el color del fondo del decorado, el peinado y hasta el color de las corbatas, pero al final, como debe ser, nada de eso tuvo la menor importancia. Lo fundamental en un debate político son las ideas y anoche tuvimos oportunidad de asistir a un intercambio fructífero, algo rígido, aunque menos de lo esperado, en ciertos momentos, pero enriquecedor. José Luis Rodríguez Zapatero iba al debate respaldado por la gestión de cuatro años de un gobierno hiperactivo y no tuvo empacho en desgranar los puntos más destacados de esta legislatura en la que, realmente, se han producido avances notables, especialmente en materias sociales. Mariano Rajoy, en cambio, tuvo en su contra la hemeroteca, que sacó a relucir en varias ocasiones su contrincante, desvelando aspectos poco positivos de su paso por diversos ministerios en tiempos de Aznar. No estuvo, pese a todo, Rajoy nada cortado. Seguro de sí mismo, supo reconducir los argumentos hasta llevarlos a su terreno, aunque en el momento en que se arrastró hacia las descalificaciones personales, Zapatero se puso firme para pararle los pies. Supo el presidente del Gobierno mantener en todo momento la calma que le caracteriza y supo también conectar con el ciudadano de a pie (niños, mujeres, trabajadores, empresarios, inmigrantesÂ…), lanzando siempre un mensaje esperanzador, sereno y en tono de honestidad. Rajoy estuvo corto a la hora de lanzar propuestas concretas, se quedó enfrascado en la crítica, en la descalificación, en sacar a relucir los fracasos del contrario. Sin embargo, en más de una ocasión puso en apuros a Zapatero, que se confió más de lo conveniente. ¿Hubo un ganador claro? Sin lugar a dudas, no. El primer debate acabó en empate y habrá que esperar al del próximo lunes.