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El acto celebrado por el Partido Popular (PP) en Valladolid, con el que se quería reforzar la imagen de liderazgo de Mariano Rajoy, no contó con la asistencia de la presidenta madrileña, Esperanza Aguirre, ni con la representación del partido conservador en el País Vasco. Fueron, sin duda, dos ausencias significativas de personas que han marcado la crisis por la que atraviesa la formación, con posturas más conservadoras de lo que es aconsejable toda vez que se ha demostrado la ineficacia de las posiciones inmovilistas si se quiere avanzar en el espacio electoral para hacerse con el poder en unas elecciones.

Es comprensible que Rajoy quiera dar un viraje hacia el abandonado centro político para reconducir el partido a posiciones que permitan espacios de encuentro con otros, en especial con los nacionalistas moderados, contra los que se han lanzado desde el PP desmesuradas diatribas a lo largo de los últimos cuatro años.

Así como también es lógico que surjan dudas en torno a la capacidad de liderazgo del actual presidente conservador, más dado a alargar los tiempos que a la inmediatez de la respuesta, sea cual sea el asunto a tratar. Una manera de ser que es vista como poco propicia por algunos para encabezar una alternativa al Gobierno socialista.

En cualquier caso, lo que sí es evidente es que no sería razonable que los conservadores españoles adoptasen posiciones decimonónicas o planteasen argumentos políticos trasnochados sobre cuestiones ya superadas. Para ellos es imprescindible el viaje a la moderación y al centro, lo único que puede propiciar que exista posibilidad de alternancia en el poder, un elemento básico y esencial en el normal funcionamiento de cualquier democracia moderna.