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La victoria de España en la final de la Eurocopa frente a Alemania ha supuesto un enorme revulsivo social, además del indudable éxito deportivo, que el país no conocía desde las mágicas olimpiadas de Barcelona '92. La impecable trayectoria de nuestra selección en este campeonato "ha sido el equipo más goleador y menos goleado", se ha convertido en un elemento aglutinador de pasión e ilusión por un triunfo que hacía 44 años que se perseguía, desde el año 1964 cuando derrotó a Rusia con el mítico gol de Marcelino.

El enfrentamiento entre Alemania y España concitó el interés de hasta el 80'9 por ciento de la audiencia "en Balears el seguimiento fue del 76'3 por ciento" todo un hito mediático que evidencia que el deporte, cuando se trata de competiciones del máximo nivel, suscita el interés de las masas. La celebración de la victoria sacó a miles de españoles a la calle, muchos de ellos enarbolando la bandera nacional en una expresión de júbilo ante la que muchos, interesados en darle una lectura política al acontecimiento, no ocultan su sorpresa. Lo ocurrido ayer no es más que la expresión de unos sentimientos colectivos que, pese a quien pese, se mantienen vivos en España. Un ejemplo: la audiencia televisiva en Euskadi fue del 75'7 por ciento, casi seis puntos por encima de Catalunya y sólo 6 décimas por debajo de Balears. Clarificador.

Otro aspecto a destacar del memorable triunfo español fue el comportamiento ejemplar de la afición alemana que se encontraba de vacaciones en Balears, la cual supo encajar con deportividad una derrota inapelable ante el mejor juego del que hizo gala la selección en su último partido con Luis Aragonés en el banquillo. Lo cierto es que apenas se registraron incidentes, con excepción de algunos actos de vandalismo en Madrid y Barcelona "protagonizados por los de siempre", que en nada empañan la legítima satisfacción por un magnífico resultado deportivo.