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El Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero se pone el traje de fiesta y se dispone a celebrar sus primeros cien días en el poder en un momento y en unas circunstancias en las que, francamente, todo invita a cualquier cosa menos a una fiesta. Tiene razón en eso el líder de la oposición, Mariano Rajoy, al creer que, como mínimo por cuestiones de imagen pública, este Ejecutivo haría mejor en ponerse a trabajar duro, durísimo, en vez de festejar y celebrar. No está el horno para bollos. La inmensa mayoría de los españoles sufren ya en sus bolsillos el efecto tremendo de la constante subida del Euríbor -en la hipoteca- y del precio del petróleo, que todo lo encarece.

Sabemos, por supuesto, que a una crisis le sigue siempre un repunte y que, en efecto, saldremos de ésta. Claro que sí. Pero en momentos de dificultades y de preocupación creciente de poco sirve ese optimismo casi iluso que demuestra a diario nuestro presidente.

En tiempo de vacas flacas hay que arrimar el hombro y, desde luego, con propuestas claras y firmes, sin tonterías. Perfecto que desde Moncloa se insista en mantener el gasto social. Pero habría que discernir hasta qué punto y hasta dónde. Pensemos que en los próximos meses -Dios quiera que no sean años- el desempleo se va a llevar un buen montón de dinero público y hay que tener las ideas claras para saber de dónde va a salir.

Los experimentos de Zapatero con sus famosos 400 euros y la ceguera -¿intencionada?- del equipo de Solbes para ver lo que se nos venía encima no han hecho más que daño. Ahora es el momento de pensar en positivo, por supuesto, pero con ideas y propuestas, no confiando únicamente en la suerte y en que los ciclos naturales de la economía nos devuelvan pronto a la cresta de la ola.