La maquinaria de la Justicia vuelve a ponerse en marcha en el tribunal internacional de La Haya, donde tendrá que comparecer Radovan Karadzic, el líder de los serbobosnios en tiempos de guerra "buscado desde hacía once años acusado de orquestar genocidios en la guerra de Bosnia, entre 1992 y 1995" detenido el lunes. Lejos del arrepentimiento o acaso de la duda, Karadzic ha decidido defenderse solo de las acusaciones porque se siente preparado para «limpiar su nombre y restaurar el honor de los serbios».
No en vano queda todavía una gran cantidad de serbios que creen que la opinión pública ha denigrado su historia y su imagen. Contra ellos, la evidencia. Un documento de catorce páginas que sirve como acusación y que es un compendio de relatos estremecedores de matanzas, violaciones, torturas y expulsiones destinados a desplazar a musulmanes bosnios y croatas del territorio serbio.
Como en las historias más viejas de cualquier guerra pasada, los hechos a los que se enfrenta este "presunto" criminal de guerra hablan de la masacre de 8.000 bosnios musulmanes en Srebrenica en 1995, y el asedio a Sarajevo de casi cuatro años, durante el cual murieron más de 11.000 personas por fuego de mortero y de francotiradores, desnutrición y hambruna. Escenas que parecen rescatadas de lo más negro de la historia de la humanidad y que tuvieron lugar apenas hace una década.
En breve volveremos a escuchar los testimonios y, esperemos, se impondrá una justicia que ha tardado demasiado. Sea por una maniobra de las autoridades serbias para acercarse a la UE o por un verdadero interés por cerrar heridas, la cuestión es que los serbios, croatas y bosnios tienen ante sí la oportunidad de reconstruir la convivencia de una vez por todas para integrarse en la Europa del desarrollo y de la paz.
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