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Apenas ha transcurrido un mes del trágico accidente sufrido por el vuelo JK 5022 de la compañía Spanair en el momento del despegue del aeropuerto de Madrid-Barajas con destino a Las Palmas, el cual se saldó con 154 víctimas mortales.

Desde el primer momento se desataron todo tipo de hipótesis para explicar lo ocurrido. A medida que van conociéndose detalles de la investigación, un goteo de información que está generando no poca incomodidad entre los distintos estamentos implicados, se va confirmando que el desastre estuvo provocado por una serie de fallos concatenados de responsabilidad diversa; quizá el más llamativo sea la ausencia de alarmas ante la mala configuración de los sistemas del aparato para garantizar su despegue. De todos modos, la comisión de la Dirección General de Aviación Civil encargada de averiguar qué sucedió todavía no ha concluido sus trabajos y sería temerario realizar una valoración premeditada.

Sin embargo, a raíz del accidente del JK 5022 sí han quedado en evidencia algunos fallos en los equipos de emergencia. Llama la atención que un aeropuerto internacional como el de Madrid-Barajas no pueda precisar desde el primer momento en qué pista se ha producido el accidente y las medidas que deben adoptarse sobre el tráfico aéreo más inmediato, las grabaciones que se han dado a conocer revelan un alto grado de confusión impropio de unos servicios a los que se atribuye una papel protagonista en situaciones como la presentada. Éste es uno de los aspectos que deben someterse a revisión para que se mejore la intervención en situaciones similares que, como es lógico, deseamos que no vuelvan a ocurrir. De las grandes tragedias, como ocurrió con el 11-M, también deben extraerse enseñanzas para minimizar sus efectos en el futuro.