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Comparten familia y pasión por el trabajo. En 1924 Gabriel Pomar abrió uno de los tres o cuatro talleres dentales que había en Palma. «Por aquel entonces las prótesis eran de caucho (muy difícil de trabajar). Lo poníamos en una vulcanizadora caliente y después lo trabajábamos», afirma Antonio Pomar, hijo de Gabriel, que empezó a trabajar a los 17 años y ya cuenta con 85 años. Su hijo Gabriel y su nieto, que lleva el mismo nombre, continúan una saga familiar donde la vocación prima en un trabajo artesanal que ha evolucionado con las nuevas tecnologías. «Ahora hay más de 80 laboratorios en Palma. Antes trabajábamos con herramientas mucho más rudimentarios», añade.

Antonio fabricaba las piezas de oro. El taller lo integraba una mesa de trabajo de ceras, una habitación de cocción, una zona húmeda y un motor eléctrico con brazos. Trabajaban en mesas colectivas los puentes de oro. «Antes las piezas de oro las llevaba todo e l mundo», afirma Antonio, orgulloso de que cuatro generaciones formen parte de la historia de un trabajo que inició su padre. Las fundas de oro fueron sustituidas por la cerámica, después comenzó a trabajarse la resina. El laboratorio donde trabajan Gabriel padre e hijo conserva las fotografías de toda una vida, en blanco y negro, donde se trabajaba apenas sin luz, fumando, con calor en verano y frío en invierno. «Siempre hemos trabajado de manera personal y artesanal, con la calidad que requiere este trabajo», afirma Gabriel Pomar, bisnieto del fundador.

«La gente se cuida mucho la boca. Antes podían llevar una prótesis durante 20 ó 30 años. Ahora, se cambia mucho antes», añade Gabriel Pomar, nieto del fundador. «Yo nací casi dentro del taller de mi padre», recuerda Antonio Pomar.

Mercedes Azagra