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Barack Obama toma hoy posesión del cargo de presidente de los Estados Unidos para iniciar uno de los mandatos que más expectativas de cambio ha generado tanto dentro como fuera del país, una obamanía sin precedentes y del que su principal protagonista trata de huir; consciente de que su principal amenaza es defraudar tanta expectación.

Obama llega a la Casa Blanca en plena crisis económica, una coyuntura que está castigando de un modo muy especial las clases medias y bajas de los Estados Unidos, las que, precisamente, le han aupado al poder. Volver a poner en marcha el motor de la economía estadounidense y frenar las crecientes tasas de desempleo son un objetivo prioritario para la nueva administración norteamericana.

En el plano internacional, en el que su ex contrincante Hillary Clinton sucederá en el cargo de secretaria de Estado a Condolezza Rice, Barack Obama también tiene importantes retos que afrontar desde el primer día de su mandato. Lograr una salida airosa sin desestabilizar Irak y evitar el encallamiento de la guerra contra los talibanes en Afganistán "con el desmantelamiento de la cárcel de Guantánamo incluida", la herencia envenenada de Bush, pondrán a prueba el crédito internacional del nuevo presidente de los Estados Unidos al que se le exigen gestos en la nueva dirección desde el primer minuto que ocupe el Despacho Oval.

Muchas, quizá demasiadas, son las esperanzas generadas por el nuevo presidente de los Estados Unidos, del que se pretende un espíritu rompedor con el pasado que vaya más allá del color de su piel. Ésta es la gran incógnita de Obama, la capacidad real que tendrá para que desde su inmenso poder sea capaz de que se imponga la paz en el mundo.