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Jesús Murgui (Valencia, 1946) era obispo auxiliar de Valencia desde 1996 cuando desembarcó en la Isla en diciembre de 2003 para ocupar la Diócesis de Mallorca, vacante desde el fallecimiento, en mayo, de Teodoro Úbeda, obispo de Mallorca durante los anteriores 30 años.

El 21 de febrero de 2004 Murgui tomó posesión de la Diócesis y, por tanto, acaba de celebrar el quinto aniversario como cabeza de la Iglesia mallorquina; tiempo que parece más que suficiente para hacer balance y preguntar a miembros del clero sobre qué han supuesto estos años para ellos y para la Iglesia de Mallorca. Entre las opiniones recogidas, que prefirieron ser anónimas, destaca una prácticamente unánime: el carácter «reservado y poco comunicativo» del obispo Murgui, una timidez que, sin duda, «se proyecta en la acción pastoral». Para algunos es evidente que el prelado «no despierta un gran entusiasmo» y en opinión de otros «hay que respetar mucho más la forma de ser del obispo».

La personalidad extrovertida, cercana y comunicativa de Úbeda «dejó el listón muy alto» y aún hoy provoca inevitables y, probablemente injustas, comparaciones. «El obispo Murgui es una persona tímida, poco dado a comunicarse, dentro y fuera de la Iglesia». Dicho lo cual, que casi nadie rebate, para ciertos clérigos esta forma de ser ha llevado «a que estos cinco años hayan supuesto un retroceso en las relaciones del obispo tanto con sacerdotes como con seglares», y se dice que «parece distante y encerrado en sí mismo», «su actitud ha supuesto un replegamiento de la Iglesia sobre sí misma».

Más lejos va quien asevera que «Mallorca le viene grande, e incluso él se da cuenta de que fue una equivocación venir aquí. Él pensaba que esto era otra cosa».

Pero junto a estas opiniones, la petición de respeto no es aislada. Y es que también hay quien entiende que sus silencios, sobre todo hacia el exterior (ante los medios de comunicación, por ejemplo, a los que no ha concedido ni una sola entrevista), «son una opción personal que él ha pedido que se respete y que debemos respetar». Quien así opina cree también que «se ha exagerado su falta de comunicación. Es cierto que en estos años se podría haber hecho más, pero no se puede pedir más, tiene una forma de ser y es respetable». Hay quien considera que el obispo sí habla y tiene un pensamiento propio, pero que lo da a conocer a su manera, a través de sus homilías o sus pastorales. En cualquier caso, esa menor presencia pública, aunque comporta «cierta incomunicación», tiene también su lado positivo, y es que permite «la búsqueda de la propia identidad, de lo esencial para la Iglesia», anotan otras voces.Tampoco falta quien sostiene que «quizá hemos idealizado al obispo Úbeda», y resume el momento actual en que «continúa el cortocircuito que había entre Úbeda y el clero, sobre todo en su última etapa, y al llegar Murgui tuvimos unas expectativas de más relación que no se han cumplido».

Al margen de lo anterior, la mayoría ha sabido ver en el obispo a «una buena persona» y no son pocos quienes defienden que «su buena voluntad es indiscutible». Tampoco se cuestiona su devoción al trabajo. Más aún, parece que este lustro no ha pasado en balde y «se capta en el ambiente la idea de que empieza a darse cuenta de la realidad de Mallorca». «Parece que está cambiando algo su actitud, se le ve más comunicativo y abierto, empieza a conocer a la gente de aquí y a relacionarse más con los sacerdotes». Y es que, desde fuera, da la impresión de que al obispo «le ha costado mucho adaptarse y conocer la realidad de Mallorca».

«Todavía no ha hecho cosas significativas, pero ha entrado en la idiosincrasia mallorquina y poco a poco se irá viendo el fruto de su trabajo, porque los años pasados han sido de silencio, pero de mucho trabajo».