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El último dato del paro vuelve a ser intensamente preocupante, a pesar de que algunos quieren ver una cierta suavización de la debacle. Consternados todavía con la noticia del desempleo campando a sus anchas hacia el límite mítico de los cuatro millones, el Banco de España le lee la cartilla al Gobierno corrigiendo las últimas previsiones económicas. Parece ser que, con los datos actuales en la mano, la crisis será más larga y más profunda de lo previsto. Tanto, que sólo tocaremos fondo en el segundo semestre de 2010. Así que la cosa va para largo.

Por suerte, la propia situación de crisis está provocando dos efectos que alivian un poco la vida cotidiana de los ciudadanos: la constante bajada de los tipos de interés "ya a un desconocido 1'25 por ciento" y la consiguiente bajada de los precios.

Sin duda el bolsillo del común de los mortales se siente satisfecho con este principio de deflación que estamos viendo. Los precios bajan, lo mismo en las materias primas que en los productos elaborados. Algunas grandes marcas de ropa anuncian una guerra de precios, a la que se apuntan también los supermercados más importantes, baja la gasolina y todo ello configura un panorama nunca visto en España desde 1961, cuando empezaron a registrarse los precios.

Pero, por desgracia, no todo son alegrías. La propia caída de los precios, si se prolonga lo suficiente, puede provocar una espiral profundamente negativa en la que la caída de la demanda "a la espera de mejores precios cada día que pasa" provoque nuevas rebajas y nuevas caídas de demanda que finalmente acaban en empresas que cierran, más trabajadores que se van al paro y propiedades que pierden su valor, como la vivienda y la propia industria.