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Ahora que se debate tan arduamente cuál debe ser el modelo económico a seguir después de la debacle sufrida por el que teníamos "ladrillo y consumismo feroz", todos los expertos coinciden en apuntar la necesidad vital de una formación adecuada de los trabajadores, sea cual sea el sector en el que presten sus servicios.

Está claro que un país que apuesta por el progreso, el desarrollo y el bienestar tiene por fuerza que ser un país educado, bien formado, culto y eficaz en sus cometidos laborales. Todo ello se consigue de una única manera: potenciando el sector educativo, realizando amplias campañas sociales para que el «estudioso» esté bien visto, para que la persona educada y culta deje de ser un «bicho raro» para ser alguien admirado, un ejemplo a seguir. Algo que, desde luego, aquí no ocurre. En este país se encumbra al zafio, al listillo, al que se las sabe todas pero no sabe nada. Lo vemos en la calle, en la escuela, en la televisión.

Luego no nos sorprenden las demoledoras cifras que arroja nuestro sector educativo. En Baleares, el 35% de los estudiantes de ESO abandonan. Un escandaloso porcentaje muy alejado del máximo del 10% fijado por la Unión Europea. Entre los mayores de 22 años sólo el 50% ha completado la educación secundaria, cuando el Consejo Europeo considera que la cifra debe estar en el 85%.

Por desgracia, es algo que se asume con normalidad, cuando debería verse como una catástrofe social. El empleo fácil "hasta que estalló la crisis" y el escaso apoyo familiar y social han llevado a miles de chicos y chicas a abandonar su formación para lanzarse al mercado laboral antes de tiempo. Ahora quizá sólo les espera el paro o la precariedad.