El presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, se ha comrpometido ante los agentes de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) a preservar la identidad de aquellos que torturaron a los presuntos terroristas de Al Qaeda, unas prácticas que contaron con la autorización de la anterior dirección de la Agencia, durante la Administración del presidente Bush. Durante la pasada semana se dieron a conocer los documentos que revelaban las 'técnicas de interrogatorio' que se aplicaban contra los detenidos entre las que figuraban la asfixia simulada, privación del sueño o la utilización de insectos, entre otras.
Obama explicó en su visita a la sede central de la CIA en Langley las razones por las que se dieron a conocer los documentos, era una exigencia de un tribunal de California, en una decisión que contó con el apoyo de las organizaciones de defensa de los derechos humanos y la crítica de los anteriores responsables del espionaje norteamericano. Sin embargo, lo más llamativo de la postura del presidente es su renuncia a exigir responsabilidades a quienes ordenaron y practicaron la tortura en defensa de los valores e ideales de su país.
Resulta inevitable compartir y aplaudir la decisión de Barack Obama de poner fin a estas aberrantes 'técnicas de interrogatorio', todavía más repugnantes e injustificables cuando se ponen en práctica con el aval y la autorización de un gobierno democrático como es el de los Estados Unidos. En este sentido no resulta convincente esta voluntad de pasar página que defiende la nueva Administración americana en todo aquello que hace referencia a la lucha antiterrorista en el pasado, la tortura no tiene cabida en un estado derecho; un principio que Obama no parece tener claro.
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