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Es una historia que comienza en el verano de 2008, cuando Tomeu y Marina deciden viajar a Rusia para estudiar cómo se desenvuelve la gente en un lugar muy aislado. Allí descubren ciudades que se han quedado prácticamente solas, sin gente. Ciudades perdidas en aquel inmenso país, cerca del Círculo Polar Àrtico, donde el verano logra cambiar su aspecto y, por ende, maquillar sus dificultades.

De ahí que decidan regresar meses después, ahora a punto de terminar el invierno, cuando la tierra se ha cubierto de nieve, lo que se traduce en un mayor aislamiento. Y lo hacen con Catalina. La intención no ha variado respecto a la del anterior viaje: observar, entablar relación con las personas que viven allí y ver cómo se desenvuelven. Para ello, van a hacer fotos y grabar, sin ningún interés comercial. Con todos los papeles en regla, viajan a Moscú, y de ahí, en tren. Cuarenta horas después llegan a Vorkutá, a 60 kilómetros del Círculo Polar.

Les habían dicho que una vez instalados en una ciudad debían registrarse en el término de tres días, y ellos, en Vorkuta, iban a estar cuatro. Si se hubieran hospedado en un hotel, ahí les hubieran registrado, pero al hacerlo en una casa privada pensaron que tenían tiempo... Lo que no sabían es que para hacer fotos y comercializarlas se tenía que pedir un permiso. No lo sabían, aunque no iban a comercializar nada. Sólo hacer fotos y grabar imágenes.

El primer día, a la gente de Vorkuta les llamó la atención ver a tres turistas. Alguien llamó a la policía advirtiéndoles de la presencia de los forasteros. «La policía vino a vernos. De buen rollo siempre, no pasó nada». El segundo día se rompió el candado de la puerta de casa, la gente se acercó a ver qué pasaba y apareció la policía. Pero tampoco se metieron con nosotros. Al tercer día volvió la policía a visitarnos alegando que en España estaban preocupados y que les acompañáramos para rellenar unos papeles», explican.

Según cuentan, habían estado en una escuela a instancias de una mujer que les conocía del primer viaje. Allí fueron recibidos por profesores y alumnos. Incluso grabaron e hicieron fotos sin problemas. También llegó la policía, pero no les dijo nada. «Íbamos con los profesores y detrás de nosotros, la policía, como protegiéndonos...», dicen.

Fueron con la policía a comisaría y rellenaron papeles. Pura burocracia. Les advierten que tendrán que asistir a un juicio por no haberse registrado, que se puede saldar con una multa de 30 euros al cambio, y con una sanción a la persona que les ha acogido en su casa por no haberlos registrado, por lo cual protestaron. Pero, «no estamos detenidos ni retenidos», apuntan. Hechos los trámites y pagada la multa, regresan. En la estación les despide bastante gente.

El tren arranca y horas después reciben una llamada al móvil. Es una periodista de Moscú que les pregunta si están libres. «¿Por qué no íbamos a estar libres, si ya viajábamos a Moscú? Pero se cortó la comunicación. Tiempo después nos llamó una periodista de Efe, a la que apenas oíamos, sólo escuchamos la palabra expulsión. Al llegar a Moscú, tras cuarenta horas de viaje, nadie nos puso impedimentos para regresar a España», cuentan. Pero se había publicado que habían tenido problemas y que les habían expulsado. No sólo no les han expulsado, sino que han recibido una notificación de la Fiscalía de esta ciudad en la que ha impugnado el recurso presentado por la policía y les pedían disculpas. «Lo que no sabemos es quién contó la historia a la periodista de Moscú, y por qué no le contó la verdad».

Los tres jóvenes tienen la conciencia muy tranquila. Están tan tranquilos que van a regresar.

Pedro Prieto

Foto: Tomeu Coll/

Cati Escarrer