A las 17.50 la compañía Air Europa anunciaba la facturación de su vuelo 6072 rumbo a Barcelona. Era el final de unas horas de incertidumbre en las que el aeropuerto estuvo cerrado, entre las 13.40 y las 17.45, aunque en este intervalo de tiempo se vio aterrizar algunos vuelos.
Llegar a Son Sant Joan por el Passeig Marítim se convirtió en una odisea y cruzarlo desde el Baluard de Sant Pere hasta la Catedral nos llevó 35 minutos. El motivo fue el control policial instalado a la altura de la playa de Can Pere Antoni, donde varios furgones cortaban la autopista mientras tenían lugar los controles a los coches que salían y entraban de Ciutat.
En el aeropuerto la situación era de «resignación» ante la situación y de «rabia» por el atentado. Los mostradores de la mayor parte de las compañías habían cerrado, aunque en Spanair se seguía facturando y los viajeros, que no paraban de llegar, formaban largas colas.
Amaya Tortosa, su esposo Enrique y su hija Sofía, de tres años, esperaban ante el mostrador de Iberia. Habían pasado casi todo el mes en Cala D'Or y regresaban a Madrid. «Una prima mía falleció en los trenes del 11-M y en Madrid han pasado tantas cosas...resignación, es lo único que podemos hacer», decía. «De momento la niña está tranquila y llevo agua y comida para ella»
El personal de tierra de las compañías aseguraba desconocer la situación. «No sabemos lo que va a pasar con los vuelos, sólo que nos han dicho que no facturemos».
Para paliar la espera, algunos se aprovisionaban de agua y bocadillos y el suelo se convirtió en el lugar de descanso de muchos viajeros. Ante la falta de información, la gente consultaba las pantallas donde se anunciaba el retraso de algunos vuelos y el embarque de otros, lo que despistaba a muchos. La familia de David Trías, su esposa y sus tres niñas pequeñas, «una con fiebre», hablaba con su agencia de viajes desde el móvil. «Nadie dice nada», se quejaban sentados en el suelo y arrimados a una columna.
Un matrimonio mallorquín que iniciaba sus vacaciones fuera de la Isla confesaba «rabia, disgusto y preocupación» por el atentado, mientras que los jóvenes Gabriel y Roberto, también de regreso a la Península tras unos días en Alcúdia, decían sobre los terroristas: «Quieren hacer daño al turismo y a Mallorca, pero no nos van a acojonar». Sobre las 18.00 comenzaron a moverse las colas, a funcionar los ordenadores y la vida volvió a las zonas de control de pasajeros, antes vacías. «Claro que saldrán, pero con retraso», comentó un empleado de Tui.
Ante el cierre del aeropuerto nos sorprendió no encontrarnos allí con un gran despliegue de las Fuerzas de Seguridad, pero un policía nacional nos tranquilizó: «Hay muchos policías, pero sin uniforme». La Operación Jaula estaba en marcha.
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