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La organización terrorista ETA eligió ayer Mallorca para perpetrar su último atentado mortal, después de fracasar en el ataque a la casa cuartel de Burgos, asesinando a dos agentes de la Guardia Civil en Palmanova mediante una bomba-lapa adosada al vehículo oficial. Además, el comando etarra había colocado otro artefacto que, por fortuna, pudo ser detonado por los artificieros antes de que estallara y ocasionara más muerte y destrucción.

Desde el primer momento, las principales instituciones de Balears, Govern y Parlament, expresaron, mediante sendas declaraciones, su más enérgico rechazo al atentado, en la misma línea que el Gobierno y los portavoces de las principales formaciones políticas de ámbito autonómico y estatal. A la condena se sumaron innumerables organizaciones integradas en la sociedad civil. No podía ser de otro modo. Sólo el rechazo unánime, sin fisuras, permitirá aguantar los embates del terrorismo; éste es el único camino que existe para erradicar la lacra que significa el que haya desalmados dispuestos a conseguir mediante la violencia sus objetivos políticos.

La de ayer ha sido, sin duda, la intervención más dura de ETA en Balears. Ha matado a dos jóvenes servidores públicos y ha asestado un golpe a la imagen turística de las Islas cuyas consecuencias todavía están por determinar. A partir de ahora es preciso exigir de los responsables políticos la máxima eficacia en la captura de los autores del atentado mortal de Palmanova para llevarlos ante el juez, pero también es necesario revisar qué errores se han podido cometer para que se haya desvanecido el tópico de que las Islas son un refugio seguro contra la barbarie etarra. Las palabras, en momentos como éste, no lo son todo.