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La expresión manida de los polvos y los lodos viene que ni pintada para titular la crónica de un proyecto condenado a acabar mal. La efímera recogida neumática tenía que ser la solución y ha terminado siendo el problema en Palma después de que entre todos hayamos gastado 26 millones de euros en la instalación de unos contenedores de lujo que ahora no servirán ni para adornar las calles.

Esos polvos comenzaron a amontonarse a principios de los años 90, cuando se planteó la necesidad de construir una planta incineradora. El Consell, presidido por el popular Joan Verger, convocó un concurso para la gestión de la planta. Ganó Tirme y perdió Emaya, aunque otro popular, Joan Fageda, era entonces alcalde de Palma y, por lo tanto el jefe máximo de la empresa municipal, gestionada por Maria Crespo, una mujer de la órbita de José María Rodríguez.

Y ahí, en medio de esa nebulosa confrontación entre supuestos hermanos de sangre popular, es donde comienza la historia que ahora ha acabado enlodada. Los responsables municipales nunca superaron ese desplante del Consell y desde ese momento hicieron lo imposible para tratar de boicotear la incineración. La puesta en marcha de la recogida neumática, un sistema de tratamiento totalmente al margen del circuito que se estableció en la planta de Son Reus, fue la más controvertida.

El sistema pensado para el centro de Palma, que entró en vigor en el año 2002, tenía la desventaja de que toda a basura terminaba en un gran vertedero subterráneo situado bajo la gasolinera de las avenidas para después ser trasladado en camiones a Son Reus, sí, pero no a la incineradora, sino al vertedero de Emaya. El sistema se vendió como el más moderno de la época, pero tenía un problema: toda la basura acababa en el mismo lugar por lo que resultaba absurdo reciclar, algo que muchos habitantes del centro de Palma desconocen.

La guerra entre Tirme y Emaya fue de las que marcan época y el cambio político en el Consell de Mallorca, que en 1995 pasó a estar controlado por el primer Pacte de Progrés, con Maria Antònia Munar a la cabeza, no ayudó a que las tensiones mejoraran.
A esta guerra, que combinó la política y los negocios en Mallorca, se debe también que la tarifa de la incineradora la cobren los ayuntamientos y no el Consell de Mallorca.

Ya no hay guerra entre Emaya y Tirme y tampoco entre Cort y el Consell. Tampoco parece que vaya a haber recogida neumática, al menos en unos cuantos años, pero ahí seguirán los contenedores para recordarnos la historia.