La misión encomendada por el papa Juan Pablo II a quien hasta entonces había sido obispo auxiliar de Valencia y administrador apostólico de Menorca no iba a ser en absoluto fácil. Cuando meses después asumió la dirección de la Diócesis mallorquina, Murgui no solo se encontró con las dificultades propias del cargo, sino con la sombra del gigante carisma de su predecesor sobre una Iglesia, la de nuestra Isla, dirigida por otra generación, en muchos casos, cómodamente instalada en sus canongías y a la que, desde distintos sectores de nuestra sociedad, se le reprochaba un acusado sesgo nacionalista.
De carácter reservado y poco dado a las manifestaciones públicas (en ocho años de obispado no concedió ni una sola entrevista a los medios escritos insulares) la labor de Jesús Murgui fue sorda y de las puertas de la Casa de la Iglesia de la calle Seminari para adentro. Una actitud que no pocas veces suscitó el descontento de la feligresía mallorquina, acostumbrada hasta entonces a un obispo, Teodor Úbeda, que se movía en la vida pública con total soltura. Muchos católicos no fueron capaces de aceptar a un nuevo pastor al que, a diferencia de su antecesor, era difícil encontrar paseando por las calles del barrio catedralicio palmesano.
Sin embargo, en su favor cabe reconocer que su labor, en muchas ocasiones discutida y cuestionada por destacados dirigentes eclesiásticos, sirvió para abrir las ventanas de la Iglesia de Mallorca y airear sus estancias. Para ello confió en la persona de Lluc Riera, quien, desde la Vicaría General, movió piezas a su antojo, desmantelando casi por completo la estructura de Úbeda. Movimientos nunca cuestionados por Murgui y que, también es justo reconocerlo, iniciaron el cambio generacional que ahora el nuevo obispo Javier Salinas está consolidando. Una política de regeneración que, repetimos, le reportó no pocas críticas. Algunas sibilinas, otras, públicas y publicadas.
Aun así, es un logro de Jesús Murgui la apuesta por jóvenes sacerdotes como las de Rafel Mas, Nadal Bernat o el actual vicario episcopal para la Evangelización, Antoni Vadell, entre otros.
Con la perspectiva que empieza a otorgar el tiempo, podemos concluir que la figura de Murgui, desde el plano mediático y, lamentablemente, también espiritual, pudo pasar sin pena ni gloria. No obstante, su trabajo para la transición y regeneración de la Iglesia de Mallorca está fuera de toda duda.
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