El jueves, cuando Muhammad Harrak fue trasladado a los juzgados de Vía Alemania para ser interrogado por videoconferencia por la jueza de la Audiencia Nacional, su padre Abdelmalik y una de sus hermanas acudieron a verlo, y se colocaron junto a la rampa de acceso al párking. La hermana vestía un velo negro musulmán. | Alejandro Sepúlveda

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Se acercaban las navidades de 2014 y Harrak se ofreció al CNI para trabajar como infiltrado de los espías españoles. El yihadista de Son Gotleu «fue contactado» (que es la fórmula habitual para decir que agentes secretos se reunieron con él), pero no superó el protocolo en estos casos para fichar «colaboradores». El joven marroquí fue descartado por «poco fiable».

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Ese año, el Estado Islámico se estaba expandiendo peligrosamente por Irak. En Siria, los combatientes yihadistas estaban arrinconando a las fuerzas leales al presidente Al Asad. Toda esa situación se percibía en Europa con gran preocupación y el CNI estaba ampliando su red de «informadores» en España. Son Gotleu, la barriada a la que se habían mudado Harrak y su familia, era un foco de inmigración descontrolada, con muchos africanos ilegales campando a sus anchas. Por ese motivo se tanteó la posibilidad de que Harrak pudiera ser útil a los intereses nacionales.

El primer paso, sin embargo, lo dio él. Y no fue un buen comienzo. El 9 de diciembre de 2014, a través de una red social abierta, escribió por tres veces al CNI, solicitando una cita para un encuentro. Era un método insólito de contactar con la inteligencia española, porque cualquier internauta que entrara en el perfil de Harrak podía saber de sus intenciones. Ahora, un año y medio después, los investigadores lo interpretan de otra manera: quizás el yihadista quiso dejar constancia de sus contactos con el CNI, porque precisamente ésa sería su tapadera si algún día era detenido. De hecho, cuando fue arrestado insistió en que trabajaba para el espionaje español.