Albert Rivera. | J. P. Gandul

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Los dados están sobre la mesa. En una interpretación digna de un personaje de Shakespeare (sólo le faltaba un cráneo en una mano) Albert Rivera se ha entregado. Todo olía a pactado en su encendido alegato contra la corrupción que en realidad exonera a Rajoy y al PP porque les hace un lavado de cara al permitir que continúen en el poder. Los puntos exigidos por Rivera son perfectamente asumibles por Rajoy: nueva ley electoral (¿pero cuál?): no a los aforamientos (es de cajón); fin del indulto a los corruptos (lo contrario sería un escándalo); expulsión de la política de los imputados (hace mucho tiempo que está pasando), y limitación de mandatos del presidente (nadie ha cumplido más de dos excepto González).

A su vez, la creación comisión parlamentaria de investigación sobre el caso Bárcenas ya da risa en estos momentos, cuando está a punto de abrirse el juicio oral. Rivera ha interpretado este martes el papel de su vida y hecha buena la frase de Macbeth: «La vida es un cuento contado por un idiota, llena de ruido y de furia, y que nada significa». Está claro que la presión de los poderes económicos, hartos de incertidumbre, ha sido decisiva para que Albert saltase al escenario con toda la parafernalia digna del evento. En tanta escena anticorrupción sólo buscaba salvar su propio pellejo político y el de su tierno y bien financiado partido. Rajoy tiene ahora 169 diputados más otro de Coalición Canaria. Está a seis de la mayoría absoluta. Además, un PNV dubitativo tiene otros 5 votos...

Pero queda Pedro Sánchez. Para que el acto final de esta obra tragicómica llegue a un final digno, tiene que eclosionar la más que cantada abstención del PSOE o de parte de este partido. Esta casi hecho, pero hay que saber representarlo. Hace falta otra gran obra de teatro de vistosos vuelos para que Sánchez pueda salvar la cara y permitir la investidura de Mariano sin que Podemos le coma la tostada y se erija en el auténtico partido de la oposición. Sólo queda por disfrutar la escenificación Sánchez. Necesitará un buen telón y un buen decorado. Hasta un buen apuntador. Pero todo está ya decidido. El asunto será rápido porque debe quedar cerrado este agosto. Lo que viene luego no son bromas porque Bruselas exige un brutal recorte de 15.000 millones en las cuentas públicas. Eso sí que hace temblar a las calaveras.

También queda por dirimir el futuro personal de Pedro Sánchez. Al final tendrá que ser él quien se marche y no un Rajoy al que le pillaron mandando SMS a su tesorero, pillado con 48 millones en Suiza. Así es la política, injusta e implacable. Cruel por excesivamente de lógica y huérfana de sentimientos. A Sánchez, dentro de poco tiempo, sólo le quedará el papel de Bertucho, el personaje del Romeo y Julieta. Cuando se está muriendo a causa de una estocada tras una reyerta de Capuletos contra Montescos, Bertucho dice: «No es una herida profunda como un pozo, pero es suficiente».

Y eso es lo que ha pasado este martes. Rajoy no tiene el poder de una montaña (apenas durará dos años) pero su colina es suficiente, aunque se haya levantado sobre escombros y desechos de vertedero. Es igual. Desde arriba se otea el horizonte. En política gana quien domina el paisaje.