El rey Felipe VI. | Sergio Barrenechea

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Para unos, el novel Rey Felipe VI está teniendo un comportamiento «ejemplar» al no inmiscuirse «absolutamente en nada» en la dinámica política, actualmente bloqueada ante la incapacidad de poder investir un jefe de Gobierno. Según esta visión, Felipe VI cumple milimétricamente la letra de la Constitución, que le impide (más bien no lo explicita) la más mínima iniciativa para intentar solucionar un atasco insititucional ante la incapacidad del Congreso de nombrar un jefe del ejecutivo.

Según otros, Felipe VI cumple la letra pero soslaya el espíritu de la Constitución, que como jefe del Estado, le convierte en el primer ciudadano y el más importante defensor de la Carta Magna. «Por cierto, una Constitución que se salvó de la quema el 23 de febrero de 1981 porque el Rey Juan Carlos se batió por ella con todo el Congreso secuestrado y cuando no había aún presidente del Gobierno». Desde esta óptica, Felipe VI debería moverse, con discreción y tacto, pero a la par con firmeza en nombre del principio «el Rey reina, pero no gobierna». Obviamente «para poder reinar sin gobernar, otro tiene asumir las funciones de gobierno. Si tal puesto no puede cubrirse, su función de monarca constitucional también se ve afectada y debilitada porque el vacío (un poder Ejecutivo paralítico) que tiene a su lado es enorme y puede acabar arrastrándole.

Ante ambos razonamientos, lo cierto es que Zarzuela no se mueve. «Llevamos ocho meses sin Gobierno y vamos hacia las terceras elecciones generales sin que el jefe del Estado, ejerciendo posiciones arbitrales, intente acercar posturas o aporte soluciones asumibles para la mayoría cuando la dinámica partidista se atasca».

«Si Felipe VI, atendiendo a su deber constitucional como primer ciudadano, no es capaz de acentuar su papel arbitral, todo indica que España no sólo funciona ahora mismo sin Gobierno, sino también sin jefe del Estado».

Es cierto que a Rajoy no le interesa un jefe del Estado árbitro. Si así fuese, el primero que se tendría que ir a la caseta con tarjeta roja sería Mariano, ¡que no se ha presentado a la investidura hasta el 31 de agosto cuando las primera elecciones de este proceso fueron el 20 de diciembre! Todo un récord de dilaciones y juegos del escondite, que sólo terminaron cuando Ciudadanos empujó a Rajoy a presentarse.

¿Y ahora qué? ¿Sería descabellado en la la República Italiana, o portuguesa, o alemana, que su presidente convocase a los diferentes partidos y les pidiese que llegasen a un acuerdo, prescindiendo de personas, de líderes y en nombre del interés general? Ante una situación de atasco como la actual en España sería perfectamente constitucional.

Pero aquí tenemos un jefe de Estado entre algodones, o en almíbar, o en alcanfor, como se prefiera. Sabe que si se atreviese a mover un dedo en nombre del espíritu de la Carta Magna, le criticarían por «borbonear». El novel Felipe VI tiene miedo. Y mientras, el bloqueo se agrava, sin remedio. No hay jefe del Estado actuando como tal.