El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. | Fernando Villar

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Al PP balear le ha pasado de todo. En 1996 el juez Castro citó como testigo al por entonces president del Govern, Cristòfol Soler, en el caso Calvià, un intento de soborno a un concejal socialista que se complicó de manera increíble. Soler, que no tenía relación directa con el asunto, había heredado el marrón de la época de Gabriel Cañellas, cesado por Aznar el año anterior. Soler aceptó declarar ante el juez Castro, con la condición de que fuese en el Consolat y no en el juzgado. Castro aceptó. Allí el president contó todo lo que sabía. El PP crujía. Identificaron a Soler como a un advenedizo aprovechado que quería liquidar a la vieja guardia cañellista. Al cabo de unas semanas se consumó el golpe de mano. El Grupo Parlamentario del PP exigió la dimisión de Soler como president. Éste bajó la cabeza y renunció. El Grupo Parlamentario designó como nuevo aspirante a la presidència a Jaume Matas. La historia es harto conocida: salieron de Guatemala para meterse de lleno en Guatepeor. Pero Soler fue borrado del mapa.

Una de las lecciones de aquel terrible pulso es el enorme desgaste que sufre un presidente obligado a declarar como testigo en un asunto de corrupción que afecta directamente a su partido. Declare lo que declare, será interpretado como que intenta quitarse las pulgas de encima, endosándoselas a otros. Y eso que Soler sólo presidía el Govern.

Ahora el citado es Mariano Rajoy, que preside el PP y lo presidía cuando estalló el escándalo de la financiación ilegal. Jurídicamente hablará amparado en el estatus de testigo. Pero esta enérgica citación, en la práctica, huele a pseudoimputación, sin efectos penales, pero rezumando una responsabilidad política enorme e incontenible. Rajoy intentó despachar el turbio asunto Bárcenas con un simple «me equivoqué». Ahora, ante un tribunal, sabe que no puede mentir. En la práctica y a ras de suelo, la declaración de un presidente como testigo es en realidad una implicación moral ante toda la sociedad. A partir del 26 de julio, Rajoy comenzará a pisar la cuerda floja. De hecho ya la pisa desde el momento en que el tribunal le ha impedido declarar a través del búnker-plasma.

Y esa es la clave del asunto. El poder judicial se encuentra en una coyuntura tremenda. Rajoy no ha gestionado con habilidad política el asunto catalán. Con su premeditada inacción, impropia de un líder democrático, ha empujado a jueces y fiscales cual infantería de choque contra los independentistas. Mariano se ha lavado las manos esperando que otro poder del Estado le resuelva el incendio en el que tanta gasolina ha echado con su inoperancia calculada. Pero ahora le obligan a pasar por una sala de juicios. Mírese por donde se mire, es un reproche moral de altísimo nivel. El plasma es para los que dan la talla y no se esconden cuando pintan bastos.

El fondo del asunto es, tal vez, que desde las mismas entrañas y altas cúpulas del Estado comienza a verse claro que la inacción de Rajoy (a la par emponzoñado como líder máximo en los escándalos del PP) es una de las causas del divorcio cada vez más crispado con la Generalitat. ¿Hay deseo consciente o inconsciente de que España necesita otro presidente, del PP, por supuesto, pero mucho más abierto, clarividente y dialogante? ¿Busca tal vez el entorno de la Zarzuela al nuevo Adolfo Suárez, aquel que se entendió con Tarradellas recién llegado de casi cuarenta años de exilio? ¿Anhela el Poder Judicial un jefe del Ejecutivo que ejerza como tal y dé la talla de estadista que la actual coyuntura requiere? De momento son preguntas sin respuesta.

Obligar a Rajoy a desfilar por un juzgado no es baladí. Es un auténtico pronunciamiento jurídico, político y democrático. En el choque de trenes que se avecina con Catalunya, y si ninguna cabeza lúcida le pone remedio, es contraproducente que en uno de los ferrocarriles Rajoy coloque a jueces y fiscales en la locomotora mientras él espera el resultado del brutal encontronazo en una estación para recoger los restos y pedazos y erigirse en vencedor.

O Rajoy entiende el sentido profundo de esta citación, o va a pisar muchísima cuerda floja en los próximos meses. Demasiada tal vez. Y sin red.