Esther Gordiola regenta la mercería Ca Donya Àngela junto a su marido, Miquel Aguiló, la undécima generación de propietarios. | Imágenes y montaje: Ana Largo

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Miquel Aguiló es la undécima generación que regenta la mercería Ca Donya Àngela, abierta al público al menos desde 1685, fecha en la que existe registro de su existencia lo que la convierte, sin duda alguna, en la más antigua de la ciudad y de Mallorca y en una de las pocas que se conservan. La mercería ha sido incluida en el Catálogo de Establecimientos Emblemáticos de Palma con categoría 1B, la de los locales que cumplen dos de los tres requisitos exigidos y uno de ellos de forma muy significativa, en este caso son la antiguedad y el desarrollo de una actividad singular.

La historia del comercio queda recogida en el libro Ca Dona Àngela. La darrera merceria del Segell, escrito por el propio Miquel Aguiló a partir de unos documentos encontrados por casualidad en el sótano de la tienda. Este comercio emblemático es uno de los grandes supervivientes en un mundo dominado por las franquicias, porque «ni las grandes superficies ni los comercios chinos ofrecen lo que nosotros ofrecemos», afirma Esther Gordiola, que atiende el negocio familiar junto a su marido. Ambos tienen sus esperanzas puestas en su hijo, de 19 años, para asegurar el relevo generacional.

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Hoy día, el comercio conserva el encanto de lo tradicional y eso atrae a diario a extranjeros que hacen fotos y se quedan maravillados con la enorme colección de botones expuesta. La mercería ya existía como comercio a finales de la Edad Media y parece ser que era propiedad de un judío. En 1685 fue adquirida a la Inquisición por Pere Forteza ‘el Botiguer', y desde entonces no ha salido de la familia, ubicada siempre en la calle Jaume II, antes calle del Segell o dels Bastaixos.

El negocio va bien, asegura Esther, «con días mejores y días peores», pero la familia tiene claro que no venderá, a pesar de las numerosas ofertas que han recibido a lo largo de los años. «Queremos mucho el negocio, es nuestra historia y aquí hay mucho amor, o somos muy mallorquines o somos tontos pero queremos la tienda y no podemos pensar en vender».