Antonio Maura con Alfonso XII. | Ultima Hora

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La memoria es traumática, punzante y tozuda. Y sus peores augurios, como una pesadilla en la madrugada de los sueños agrios, vuelven a salir a la superficie de la almohada cuando el presente se vuelve vidrioso. arisco y peligroso. La caída como presidente del Gobierno de España de Antonio Maura y Montaner el 22 de octubre de 1909 sigue pesando como una losa, más de un siglo después, como un trauma infantil mal curado que rebrota a las puertas de la senectud.

El Rey Alfonso XIII se deshizo de Maura cuando pocas semanas antes le había reclamado 'mano dura y escarmiento' en Barcelona. El 'asunto catalán' ya escocía por aquel entonces. Y mucho. En 1906 se había fundado Solidaritat Catalana, un movimiento aparentemente conservador pero que empujaba hacia el reconocimiento de la identidad y los intereses de esta comunidad histórica. Un año después, los catalanistas obtuvieron un éxito espectacular en las 'controladas' elecciones de la época de la Restauración, con 40 escaños, rompiendo el tradicional bipartidismo de conservadores y liberales. Mientras, el anarquismo crecía por doquier entre la clases populares más desfavorecidas. Era el desprecio al Estado, al que veían como un instrumento al servicio de las oligarquías que mandaban en Madrid. Era un Estado del que no esperaban ni justicia ni igualdad de trato ante la ley.
Y en esto estalló la chispa. Cerca del verano de 1909 Antonio Maura no tuvo más remedio que reclutar reservistas para mandarlos a la cruel guerra de Marruecos, donde Alfonso XIII y su Gobierno, todavía traumatizados por la pérdida de Cuba y Filipinas once años antes, creían que España podría recuperar su prestigio exterior y su idea de nación imperial allá en el Magreb, luchando contra 'tribus' iletradas y mal armadas. Vana quimera. Marruecos se convirtió en un avispero teñido de sangre, porque los cabileños luchaban por su independencia. Además, en España sólo se reclutaba a los pobres que no podían pagar la cuota que le eximía del servicio militar. Y en esta leva de reservistas había muchos hombres casados y ya con hijos.
Y Barcelona se levantó a finales de julio de aquel año. Comenzaron la algarada los anarquistas de los barrios populares. Hubo manifestaciones de mujeres con sus niños que fueron repelidas a tiros. Se quemaron conventos (entonces la Iglesia estaba muy identificada con los poderosos) y se levantaron barricadas por diferentes zonas de la ciudad. El tumulto se prolongó hasta el 2 de agosto. El resultado fue espeluznante. Hubo 78 muertos. Una vez controlada la situación, Maura, alentado por Alfonso XIII, optó por la mano dura. Hubo 2.000 procesados y 175 exiliados. Se dictaron 59 condenas de cadena perpetua y otras cinco de muerte. Entre los ejecutados había algún nacionalista catalán y algún anarquista. Pero toda la atención, nacional e internacional, se centró en Francesc Ferrer Guardia, anarquista y fundador de la Escola Moderna, al que el Gobierno de Madrid culpó de ser el instigador de la revuelta.
Para intentar evitar su ejecución, hubo grandes manifestaciones en Francia, Suiza, Inglaterra, Italia y hasta en Buenos Aires, entre otros muchos lugares. Fue inútil. Maura quiso escarmentar (como le exigía su entorno y todos los intereses económicos que se movían en torno de la guerra de Marruecos). Ferrer fue ejecutado el 13 de octubre. El periodista mallorquín Miquel dels Sants Oliver defendió al condenado de forma valiente en sus artículos en la prensa catalana. De nada sirvió. Pero el escándalo internacional fue enorme. La imagen de España quedó manchada. Fronteras para adentro, también hubo rebelión intelectual en la prensa liberal. Un titular de prensa se convirtió en grito de indignación: 'Maura, no'.
Y llegó el 22 de octubre. Alfonso XIII destituyó al político mallorquín. Le dejó tirado, como un pingajo convirtiéndole en cortafuegos ante el alud de indignadas críticas que se reproducían por doquier. Le endosaba así a don Antonio el 'muerto' de aquel desastre, cuando el monarca había sido un ferviente partidario del escarmiento. Posteriormente, en declaraciones a la prensa francesa, Alfonso XIII calificó de injusto el deterioro de la imagen que padecía España y se quitó las pulgas de encima respecto a las ejecuciones al proclamarse monarca constitucional con atribuciones muy limitadas.
Y vuelvo al presente. Despierto con el estómago aún removido por la pesadilla. Maldita memoria: ¿Por qué ahora la Barcelona de 1909 está rondando tanto mi cabeza? ¿Por qué machaca mi subconsciente y no me deja conciliar el sueño en paz y sin angustias?