Los cultivos de cereales se verán especialmente afectados por la menor disponibilidad hídrica. | L. GOMEZ

TW
12

El cambio climático ya está aquí. La reciente conferencia de Naciones Unidas contra el Cambio Climático en Katowice (Polonia) ha puesto de manifiesto, una vez más y pese a las reticencias de algunos, la necesidad de implantar medidas urgentes con el objetivo de que el incremento de la temperatura media planetaria a finales del presente siglo sea de tan sólo 1,5 grados. En Baleares ya se ha hablado desde hace años de las posibles consecuencias del cambio climático. Como islas turísticas, preocupa especialmente el aumento del nivel del mar y el retroceso de las playas. Sin embargo, no se habla tanto de los efectos sobre la agricultura de las Islas, cuando no se puede obviar el importante dato de que nuestros payeses gestionan más del 70 % del territorio balear, un territorio y un paisaje que son nuestro valor añadido.

Jaume Vadell, profesor titular de Fisiologia Vegetal del Departament de Biologia de la Universitat de les Illes Balears (UIB), comenta que «el cambio climático es evidente y repercute sobre todo en el aumento de la temperatura a nivel global. Por tanto, tiene consecuencias sobre la agricultura y el medio ambiente en general. En Balears, la incidencia sobre el ciclo hidrológico no es segura. Podrá llover más o menos, pero, con temperaturas más altas, las precipitaciones serán más intensas y violentas, y no sólo limitadas al final del verano o el principio del otoño, como ha sido característico del clima mediterráneo».

Impacto

Tras estas consideraciones generales, Vadell precisa que «con mayores temperaturas, aunque pueda llover más, los cultivos y la vegetación en general tendrán mayores necesidades de agua. Con temperaturas más altas, también habrá más evaporación de agua y, por tanto, menos recarga de acuíferos. En definitiva, el impacto será muy claro: habrá más necesidad de agua y menos disponibilidad de la misma».

Todo ello nos lleva, según el profesor de la UIB, al siguiente proceso: «Menor producción agrícola, menos presencia de materia orgánica en las tierras, más procesos erosivos, empobrecimiento del suelo y desertificación, con un resultado de paisaje con menor cobertura vegetal. No se trata de ser apocalíptico, pero el suelo tendrá menos capacidad para producir».

Por tipos de cultivos, Jaume Vadell hace los siguientes análisis: «Los frutales necesitan pasar por un período de frío que con el cambio climático se verá reducido. Las viñas, que en Mallorca pasan por el período de mayor esplendor de toda su historia, con una calidad competitiva en todo el mundo, podrán ver afectadas la cantidad y la calidad de las uvas, pues sus variedades tienen una exigencias térmicas concretas. En cuanto a los cereales, se trata del cultivo menos competitivo y con condiciones menos favorables. Contribuye al mantenimiento del paisaje, pero presenta una rentabilidad muy limitada y dependiente de las ayudas europeas. Grandes extensiones de cereales son gestionadas por pocos payeses, pero les afectará la menor disponibilidad hídrica. Respecto a las hortalizas, tal vez sean de los cultivos menos afectados. Necesitan agua, pero su mayor problema es de competitividad. Desde hace tiempo se habla del producto local y de proximidad, y de la disposición a pagar más por un producto de calidad, pero creo que los que pueden hacerlo son pocos y siempre los mismos».

Ganadería

En cuanto a la ganadería, Vadell apunta que «es igualmente muy poco competitiva, con la excepción de la producción de queso en Menorca. Sin embargo, en Mallorca, la ganadería ya es escasa. El vacuno es poco relevante y el porcino, pese a su tradición, también ofrece una producción pequeña. No hay que olvidar que la mayor parte de nuestra sobrasada se elabora con carne de fuera. El ganado ovino es el más importante en número, pero, al igual que el cereal, su rentabilidad es escasa, con precios estancados, y depende de las ayudas europeas. El cambio climático empeorará este panorama, que actualmente ya es negativo».

Para Vadell, las prácticas a realizar para paliar o mitigar las consecuencias del cambio climático en nuestra agricultura se resumen en «conservar al máximo las reservas de agua y la capacidad productiva del suelo, manteniendo un nivel de materia orgánica que suministre nutrientes al terreno y regule el ciclo hídrico con una adecuada filtración del agua. Y más en detalle, habrá que manejar variedades adaptadas a las exigencias climáticas, especialmente en frutales y cereales».

El profesor de la UIB señala que «para mantener el nivel adecuado de materia orgánica en el terreno, ya que no podremos contar con la tradicional aportación de la ganadería, tendremos que recurrir al compost, es decir, a la fracción orgánica de los residuos sólidos urbanos para garantizar la funcionalidad del suelo. Y en cuanto a las reservas hídricas, tendrá que ser obligatorio e imprescindible el máximo aprovechamiento de las aguas depuradas. Ahora ya contamos con casi 2 hectómetros cúbicos en las balsas de las depuradoras, pero su aprovechamiento se limita al verano. Tendrá que ampliarse al invierno, con nuevas infraestructuras en forma de grandes lagunas para el riego. Por su parte, en los núcleos urbanos sería conveniente la separación entre aguas pluviales y residuales».

Jaume Vadell concluye que «debemos tener una visión de la agricultura que vaya más allá de la producción de alimentos. La agricultura, además, tiene una función ambiental y paisajística, y, por tanto, en nuestro caso, también turística. Ante el cambio climático, además de las medidas apuntadas sobre el suelo y el agua, no queda más remedio que apostar por unos productos de calidad y con valores añadidos locales: el vino, el aceite o la hortaliza fresca. No tenemos problemas con la calidad, sino con la competitividad frente a productos de fuera mucho más baratos».

Los problemas provocados por fenómenos climáticos extremos ya no son una amenaza, son un hecho. Y la agricultura, aunque ya castigada, debe prepararse para ello al igual que el resto de sectores.