Si los palmesanos han abarrotado al Paseo Marítimo tras levantarse el confinamiento, los sardiners –los vecinos de Son Sardina– lo han hecho en Passatemps, que es el nombre que recibe el camino que atraviesa la localidad de norte a sur, su calle mayor particular, su vía comercial –allí están la panadería, la papelería, el súper, la mercería, la carnicería, los bares, las paradas del bus, etc.– Algo más que un nombre bonito, Passatemps. Y da igual la hora, porque Son Sardina tiene menos de 5.000 habitantes y por lo tanto allí no rigen las franjas horarias establecidas para la desescalada.
Precisamente pasar el tiempo, tomando un cortado y disfrutando de un setet en la terraza de Can Ros, es lo que hacía ayer Juan Federico Fernández. «Desde que abrieron, vengo cada día. Lo añoraba, porque en las semanas anteriores solo salía para ir a comprar», confiesa. Maria Àngela Pons, la propietaria de Can Ros, prepara cafés a los clientes que van llegando. «La cosa va bien porque suele estar lleno. Pero he tenido que quitar dos mesas por el distanciamiento», explica con la mascarilla puesta.
Unos metros más arriba está la panadería, que regentan Maria Marín y su hija Marina. Explican que en los primeros días la gente acudía sobre todo para comprar harina y levadura pero que ahora vuelven a comprar el pan ya elaborado. Una de las clientas es Antònia Sabater, que acude con la ayuda de un caminador. «Para mi circulación era muy necesario salir y andar. Mire cómo estoy tras seis semanas encerrada», dice mientras se arremanga el pantalón y enseña una pierna muy enrojecida.
Más arriba un autobús de la EMT se ha averiado. El chófer, José Víctor García, explica que los frenos se han bloqueado. El mecánico Toni Candel repara el problema enseguida. Es media mañana, la gente ha salido a hacer recados y se saluda, se pregunta por los parientes –«¿estáis todos bien?»–, por el trabajo... El ambiente es de pueblo. Sandra Muñoz pasea junto a su perra Kitty. Lo que más ha echado en falta es salir a hacer deporte.
Delante de la mercería, Joana Maria Solivelles hace cola junto a otra vecina. Aclara que es de Son Espanyol pero que allí solo hay un comercio y que hace la compra en Son Sardina. Explica que el confinamiento ha sido especialmente duro para ella, porque se contagió. «He adelgazado cinco o seis kilos y lo he pasado realmente mal. Ahora comienzo a recuperarme». Fue atendida telefónicamente, solo una vez –le faltaba aire– acudió el 061. Ahora es inmune, pero lleva mascarilla.
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