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La posibilidad de que se impusiera la prohibición de fumar en la calle ya pululaba ayer a primera hora de la mañana, tras los casos de Canarias o Galicia. La confirmación no llegaría hasta mediodía, de la mano del ministro Salvador Illa. Sin embargo, muchos ciudadanos tenían clara su opinión antes de que se hiciera el anuncio oficial. «Otra medida más que nos puede pasar factura», señalaba José Fernández, propietario de la cafetería Piccolo, en el Passeig Mallorca, que recordaba con resignación la Ley Antitabaco de 2006 que desterró el pitillo del interior de los locales. En su terraza muchos de los clientes se aplicaban ante un pack para merendar compuesto de café, bocadillo y nicotina.


Entre ellos estaba Rudy Suárez, un joven que trabaja en Gram Balear, una pequeña empresa de desinfección de bares, restaurantes y terrazas que nació justo en febrero, gracias al olfato de su pareja, Marina, que ya entonces adivinó la necesidad de aniquilar el virus a base de lejía en los locales de hostelería.

«Tenemos muchísimo trabajo en locales del Passeig Mallorca», explicaba Suárez, que hacía un alto en la jornada para comerse un bocadillo y fumar. A su lado, Marina adverdía: «no soy fumadora, pero no creo que el coronavirus se contagie a través del humo. Es que no pueden controlarlo todo».

Tanto el Passeig Mallorca como Jaume III presentaban un aspecto inusual para ser mediados de agosto: escasos extranjeros de compras y residentes haciendo recados en las entidades bancarias de la zona.

Entre los residentes, Adriana Lafuente: «Aunque dejé el tabaco hace tres meses, la prohibición de fumar sería una medida de control muy drástica». Y entonces llegó el bombazo informativo. Lo que era una posibilidad se convirtió en certeza: el ministro de Sanidad anunció la prohibición de fumar en la calle sin una distancia mínima de dos metros.

Alejandrina Gálvez y Paula Mikrut.
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Contagio

Alejandrina Gálvez y Paula Mikrut recibieron la noticia en Jaume III. «No servirá para nada, no hay ninguna información clara», dijo Gálvez. Su amiga, chef en Avinguda Argentina, advertía: «no pienso dejar de fumar. Si tengo que morir de coronavirus, lo haré. Por muchas medidas que impongan, al final no puedes evitar el contagio».

Pedro Antonio Sanz, adicto al tabaco de liar, tenía claro que hará «todo lo que esté en mi mano para evitar el contagio, pero estamos un poco sometidos. Es que ya no sé qué pensar...».

Mientras, Antonio Florit explicaba que «la gente cae enferma por el agua fluorada que debilita el sistema inmunitario. Esto es solo una manera de provocar una crisis global y con esta prohibición el fumador se estresa, por lo que caerá enfermo». También aprovechó la ocasión para darle un buen repaso a Pedro Sánchez y George Soros.

Vuelta al punto de partida y el propietario de Piccolo está al tanto. «Estoy indignadísimo. ¿Has visto cómo está el interior del local? No hay nadie y antes venían los cruceristas. Y ese cliente de ahí ya ha dicho que después de esto se compra una Nespresso y se va a su casa», dice Fernández.

Más comedido y a bordo de una bici de Bicipalma se mostró Hernán Darío, exfumador y asmático: «Está feo restringir tanto. Cada uno es libre de hacerse el daño que quiera, ya sea bebiendo, comiendo o fumando». Distancia social, geles, mascarilla y ahora, veto al tabaco en la calle... La resignación se cierne sobre esta nueva normalidad.

Pedro Antonio Sanz, con tabaco de liar. Fotos: G.M.