El autor resalta que existe una mayor conciencia en todos a favor de no permitir tales conductas. | M.S.

TW
1

Gregorio Delgado del Río es experto en cuestiones relacionadas con el Derecho de la Iglesia y ha ejercido en las universidades de Navarra, Extremadura, Valencia y Baleares. Colaborador de Ultima Hora, acaba de publicar un ensayo sobre la ‘cumbre antiabusos', celebrada en Roma en febrero de 2019; una obra que nos interpela con el título La verdad silenciada.

¿A qué responde el título, tan acusador, de este libro?
— Aunque parezca increíble, se vuelven a repetir comportamientos pasados. Esta cumbre episcopal silenció importantes aspectos de la realidad, la verdad de lo ocurrido, y, por ello mismo, la ha traicionado. Ya el papa Gregorio VII, en carta del 9 de marzo de 1078, dirigida a su legado, Hugues de Die, le encarecía que no olvidase que «la costumbre romana consiste en tolerar algunas cosas y en silenciar otras…». Al parecer, sigue hoy vigente.

¿Son acertadas las medidas de la Iglesia ante estos abusos sexuales?
— Básicamente son las mismas de siempre, que ya fracasaron. No se han corregido sus insuficiencias y defectos. Se ha practicado el clásico ‘gatopardismo'. Sí existe, sin embargo, una mayor conciencia en todos a favor de no permitir más tales conductas.

¿Comparte las iniciativas promovidas por el papa Francisco?
— El coraje mostrado por Francisco frente a tan grave contratestimonio evangélico ha sido y es admirable. Por fin, un papa se ha atrevido con el morlaco. Está haciendo lo que puede. Tiene enfrente toda una estructura y sistema de poder que ofrece importantes resistencias. Ha abierto, no obstante, un proceso que espero finalice con éxito.

¿Y las conclusiones de la cumbre de Roma, en febrero de 2019?
— Aunque puede extrañar, no hubo conclusión alguna. Tampoco se aprobó norma alguna. Fue una cumbre que se movió en el
terreno puramente doctrinal y abstracto. En este sentido, fue muy decepcionante.

¿Cómo aprender de los errores cometidos en el pasado?
— No repitiéndolos. Para ello, habría que modificar estructuras organizativas, crear un procedimiento administrativo, hoy inexistente, para juzgar los casos en las diócesis; y un proceso judicial para juzgar a los obispos.

Pero las diócesis ya han aprobado instrucciones para detectar y actuar ante los abusos...
— No soy partidario de tales instrucciones. Creo que deberían instrumentarse normas de prevención por la Conferencia Episcopal y con validez en todas las diócesis. Al respecto, debería buscarse la cooperación con las autoridades civiles y actuar los Protocolos internacionales.

Critica el «arbitrario» proceder de la administración eclesiástica, ¿en qué consiste?
— Como se ha dicho con acierto, la forma curial «de tratar los asuntos delicados normalmente no deja rastro escrito», o, como subrayó Kurt Martens, «Roma a menudo trabaja con informes orales, y eso hace todo más difícil. Es la forma italiana de tratar con estas cosas, especialmente si afectan a cardenales y obispos».

¿Cuál es el impacto de estos hechos en los creyentes?
— Demoledor. El contratestimonio que implican define a la Iglesia por haberlos tolerado. Sobre todo, a quienes han tapado y ocultado, mentido y montado sistemas para ello. La hipocresía manifestada provoca vergüenza ajena. Lo grave es que se han ido de rositas. No es el laicismo la causa del abandono de tantos.