La Unión Europea está a la cola en vacunaciones. Se puede afirmar que muchas víctimas mortales del virus probablemente se habrían salvado de haber sido vacunadas antes. Pero hay algo aún mucho más paradójico que la carencia de vacunas: que haya millones de dosis en las neveras, sin poder suministrarse, mientras la gente sigue en cuarentena, sufriendo los efectos del virus, ingresando en los hospitales y también muriendo.
Europa compró millones de vacunas al laboratorio AstraZéneca. La Agencia Europea del Medicamento estudió esta vacuna un mes después de que el laboratorio presentara la solicitud de autorización. El 29 de enero finalmente era aprobada para su uso. El informe ratificado por unanimidad decía explícitamente que se podía usar en todas las edades, incluso en mayores. No obstante, ese mismo día, Emmanuel Macron, el presidente francés, declaraba a la prensa que esa vacuna no era adecuada para los mayores de sesenta años.
Alemania, España y algún otro país terminarían también por vetarla para los mayores. El argumento, pese a la decisión de la Agencia del Medicamento, era que no se habían hecho suficientes pruebas en población de más de sesenta años.
Hoy, ya se han suministrado más de diez millones de dosis de esta vacuna en Gran Bretaña, casi exclusivamente a ancianos. Es decir que hoy no tenemos datos procedentes de tests sino información real sobre la eficacia de esta vacuna. Public Health England y el servicio de salud escocés llevaron a cabo numerosos estudios que demuestran que su eficacia es incluso un poco superior a la que se le había atribuido en los ensayos. No obstante, hay seis millones de vacunas en las neveras europeas, sin ser suministradas.
Por supuesto, estamos hablando de política y no de ciencia. Detrás de este boicot europeo a la vacuna de AstraZéneca está el ‘Brexit', la disputa con el laboratorio anglosueco que redujo sus entregas a Europa, y algo de nacionalismo mal disimulado, pese a que la vacuna está fabricada en buena medida en Europa. Incluso se envasa en la periferia de Madrid, desde donde se despacha a medio mundo.
El disparate ha terminado por estallar con las protestas de los inmunólogos, sobre todo alemanes. Carsten Watzl, el secretario general de la Sociedad Alemana de Inmunología, ha salido a la palestra para exigir a Angela Merkel (sesenta y seis años de edad) que acuda a la televisión y se inmunice con la vacuna de AstraZéneca, para acabar con esta situación. Watzl añadió que «creo que Alemania va a cambiar su política muy pronto porque los estudios muestran claramente que esta vacuna inmuniza contra el virus». Se refiere a la vacuna de la cual Europa tiene seis millones de unidades en la nevera o la que España se niega a aplicar a los mayores de 55 años y, por lo tanto, está distribuyendo entre colectivos que no tienen riesgo elevado de contraer la COVID-19.
Las ONG, en cambio, piden que si esas vacunas no se suministran, que por favor se envíen a los países pobres, en muchos de los cuales aún no se ha podido inocular a nadie.
Es muy bonito e incluso ayuda a la narrativa épica el mensaje de nuestras autoridades de encerrarnos en casa para luchar contra las curvas que indican la expansión del virus pero no sobraría que dejasen de hacer política con nuestra salud, se limitaran a seguir criterios científicos, e inmunizaran a la población con aquellas vacunas que está demostrado cumplen la función para la cual han sido diseñadas. Lo demás es simplemente una vergüenza que raya el delito.
La gestión europea de las vacunas es tercermundista. Pero, a diferencia de lo que ocurre en otras latitudes, Europa demuestra que su situación es peor que la del Tercer Mundo porque no tiene controles internos: el Parlamento Europeo es inservible y está al servicio de los gobiernos que confeccionan las listas de candidatos; la Comisión no responde políticamente ante nadie porque se conforma según las instrucciones de los gobiernos; y, por su parte, el Consejo Europeo, por su propia naturaleza es absolutamente inmune a las críticas, dado que es no es elegido en las urnas. Así, pues, tras dos meses con una vacunación inadmisiblemente baja, los responsables siguen tranquilamente en sus cargos, demostrando que probablemente sea más urgente una vacuna democrática que la que nos puede proteger contra el virus.
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