Se me hizo corto su paso por la dirección de ‘El País'.
— Fueron dos años muy intensos. Desarrollamos el modelo de suscripciones y luego vivimos la pandemia, que modificó el modo de trabajar. Fue un periodo de cambios pero el resultado ha sido muy bueno para la Redacción, que ahora es más fuerte.
En un artículo reciente, del 7 de noviembre, señalaba que nos merecemos explicaciones de los políticos. ¿Y de los periodistas?
— Las explicaciones nos las damos todos menos los políticos, que piensan que es suficiente con colgar algunas cosas en la red; y eso no basta. La democracia también es explicar. Por eso es tan lamentable que sólo acusen, que no expliquen. Igual sucede con los organismos oficiales, que facilitan datos que pueden resultar contradictorios. No pasa nada por admitir errores.
Le preguntaba por los periodistas, sobre todo en esta época de falsas noticias.
— Los periodistas no tomamos decisiones. La función del periodista es comprobar la veracidad de las informaciones antes de darlas. Hay tal cantidad de informaciones falsas que hay que filtrar y desmentir. Tenemos que dedicar nuestro esfuerzo a desmentir. Ahora los faxes, los comunicados, pretenden marcarte la agenda y contra eso es contra lo que hay que luchar.
¿Quién crea y por qué las ‘fakes news'? ¿Son culpa de la redes?
— Las informaciones falsas han existido toda la vida. Otra cosa es que, a través de las redes, tengan una velocidad extraordinaria. Sin ninguna duda que circulan por la acción de las redes sociales. Unas se difunden mediante robots pero también están pensadas para hacer negocio, cada clic es un mínimo ingreso. Son como mafias que sacan dinero. Y también son instrumento de grupos de presión. La idea es vieja: pretenden que una mentira repetida muchas veces sea verdad. Hay que controlarlas, respetando la libertad de expresión, que es un derecho, claro. Pero no de los robots.
¿Cómo y quién controla? ¿Un organismo oficial? ¿las empresas periodísticas?
— Es imprescindible garantizar el derecho a la libertad de expresión, eso lo hacen las propias empresas. Y hay que seguir las recomendaciones de la Unión Europea, tanto a la hora de recortar los oligopolios como a la hora de ayudar al periodismo de verdad, a las empresas que se dedican a la información. Deberían recibir ayudas para resistir a la furia de la información falsa.
¿Todavía hay lugar para el periodismo independiente?
— Claro que hay lugar para el periodismo independiente; no sé porqué se piensa que todo el periodismo está en manos de poderes y que no es fiable. Hay dos ejemplos claros: The New York Times y The Wall Street Journal. Aportan puntos de vista diferentes, informan del mismo hecho pero con análisis diferentes. Todos saben quienes son sus propietarios. Y, naturalmente, que están en manos de empresas. El Wall Street está especializado en dar informaciones sobre empresas y ha destapado escándalos de estas. Pero sin perder la independencia. Y eso puede hacerlo porque es independiente. Igual que El País es independiente. Claro que contempla la realidad de una manera determinada, pero esa manía de decir que no existe el periodismo independiente sólo intenta desacreditar al periodismo. Y no todos somos iguales.
Creo que usted no tiene ni Twitter ni Facebook, al menos con su nombre.
— Nunca he tenido. No le veo la necesidad; no cuestiono a quien sí los utiliza pero yo, para opinar, necesito tiempo; no puedo estar dando mi opinión de todo a cada momento.
¿Se puede resistir en el mundo de la información sin Twitter ni Facebook?
— Sí, perfectamente. No le veo la necesidad. Los propios medios te pasan sus informaciones y te avisan a través de las alarmas del móvil.
¿Por qué es más fácil creerse una noticia falsa que una cierta?
— El riesgo es que uno termine sin buscar la verdad. Las fakes son armas de distracción masiva. Existe el riesgo de que los lectores terminen por distraerse por daños falsos. En Madrid hay medio millón de personas en lista de espera sanitarias pero si, a la vez, sale en redes la historia de un obispo que hace tal o cuál cosa pues suscitará más interés aunque lo primero sea muy importante.
Usted y otros periodistas, en la Transición, consiguieron los borradores de la Constitución que publicó ‘Cuadernos para el diálogo'. ¿Quién los pasó?
— Jaja. Había varias personas que los tenían. Lo único que hicimos fue ponerlos a disposición del público.