Que hoy dé su nombre pero se muestre de espaldas, es un paso importante. Que no tuviera que esconder su rostro sería lo correcto para él, aunque todavía es pronto porque las personas infectadas de VIH sufren estigma social. Toni, de 55 años, es de esas personas a las que le inquieta pensar que «todavía me tenga que esconder. ¿Por qué he de estar en alerta?», se pregunta.
Hoy se celebra el Día Mundial de la Lucha contra el Sida y también es un día más en el que el colectivo pide la normalización de las personas infectadas. Toni es de Palma y se dedica al sector del turismo. Habla risueño, alegre, a pesar de que la mascarilla le tapa medio rostro, y transmite serenidad. Sin embargo, hace seis años era un hombre perdido y apagado. Un día de 2015 fue a correr y su cuerpo le alertó de que algo no iba bien. Se encontraba agotado. Meses antes tuvo una relación esporádica con una persona, que luego le confirmaría que era seropositiva.
«Si no me hubiese confesado que tenía VIH, no hubiese ni dado importancia a ese agotamiento puntual. Pero como ya lo sabía, acudí al médico. Anteriormente me hacía revisiones mensuales y las pruebas salían negativas. Pero tras ese episodio, fui a ver a la doctora para que me hiciera otra prueba. Yo ya sabía que era seropositivo porque antes del resultado médico hice uno por mi cuenta a través de internet. Fue muy difícil, me costó aceptar ese diagnóstico porque siempre me había protegido con preservativo».
Terapias
El resultado le llegó en un momento en el que las drogas eran parte de su vida. Desde hacía más de 20 años, era consumidor muy ocasional de cocaína y alcohol, pero cuando supo lo del VIH quiso hacer un cambio radical. Pidió ayuda a Projecte Home, donde pasó dos años, y, en paralelo, conoció la Asociación Alas, una ONG dedicada a la prevención de este virus y el sida. «Mejoré en todos los sentidos, todo lo que he dejado atrás ha sido gracias a estas entidades», reconoce.
Tras años de psicólogos, terapias y meditación, la vida de Toni está prácticamente normalizada. Familia y amigos han sido un gran apoyo y el trabajo nunca le ha faltado. «Ahora mismo, el VIH no es un problema para mí, y estoy orgulloso de ello. Me gustaría que esto se normalizara, que no tengamos que escondernos ni estar señalados», dice.
Joan Viver, coordinador de Alas, destaca que «los avances médicos han evolucionado tanto que ya no hablamos de sida, sino de VIH». Un diagnóstico precoz supone una mejor calidad de vida, «una vida prácticamente normalizada». El 70 % de usuarios son hombres, un 10 % trans y el 20 % mujeres. Y la media de edad que acude a esta ONG se sitúa entre los 25 y 40 años.
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