¿El suicidio es la gran asignatura pendiente de la salud mental?
— A todos los niveles. Una persona puede estudiar Psicología y no verá materia relacionada con la conducta suicida. Pero es que a nivel comunitario tampoco hay espacios para hablarlo directamente, de forma abierta y natural. Es una asignatura pendiente porque cada día mueren una media de 10 personas en España por suicidio. Si tenemos en cuenta los intentos o los duelos de los supervivientes, imagínate los afectados que hay.
¿Hay más suicidios de los que oficialmente se registran?
— Hay muchas causas de muerte que se registran como accidentales que podrían ser suicidios. Las autopsias psicológicas son investigaciones que se centran en los relatos de los supervivientes para poder esclarecer si son muertes por suicidio y otras causas. Además, a las personas que quedamos, la mayoría de las veces nos hace bien hablar de ello, nos ayuda a transitar el duelo.
En Balears hay un Observatorio y un sistema de seguimiento del 061, ¿funciona?
— La asociación está contenta con el Observatorio porque va más allá de lo que puede hacerse a nivel sanitario, que se centra en actuar rápido cuando hay una conducta. A nosotros además nos han facilitado un espacio gratuito para recibir a las familias.
¿Nos estamos sobremedicando frente a la salud mental?
— Para la conducta suicida no hay ninguna medicación. Es un comportamiento o un conjunto de ellos, de pensamientos y emociones muy complejos que puede tener cualquier persona, en cualquier momento, que sienta que una situación le está desbordando sin salida.
¿El dolor por este tipo de pérdidas se puede superar?
— Quienes estamos en duelo por suicidio decimos que el dolor no se supera, vives con él. No hay que pasar página, el dolor transforma, hay que asumirlo e integrarlo, sabiendo que ya no eres la misma persona. Es un punto de inflexión integrando el malestar pero no todos las personas lo encuentran. Hay que tener recursos para cuando alguien se encuentra así; hay que acompañar sin invalidar.
¿Cómo?
— A veces hablando menos y estando más. Hay que vivir los silencios que son incómodos pero terapéuticos. La humildad es fundamental: «No sé cómo ayudar, ni qué decir, pero estoy aquí y me quedaré».
¿Cómo hay que gestionar la culpa de los familiares?
— Muchas veces detrás de la culpa hay amor y necesidad de perdón. Es una emoción muy común porque nos responsabilizamos del bienestar y el malestar de la persona fallecida, pero cada uno es responsable de su vida, no podemos cargar con eso.
¿Hay más aceptación de los casos o sigue siendo un tabú?
— Lo que he notado es que últimamente los medios hablan más de ello. Si nos movemos con sensaciones, alarmamos innecesariamente a la población.
¿Hablar del suicidio está mal?
— No. Si lo hacemos bien puede prevenirlo. Hablar con alguien con conductas suicidas suele suponerle un alivio; si se comparte el malestar, se rebaja. A nivel comunicación hay recomendaciones como evitar ser sensacionalista, no dar detalles o informar de recursos.
¿Ha afectado la pandemia o ahora vemos algo que no veíamos?
— La realidad del suicidio y de la pandemia deben separarse porque son dos cosas muy complejas. Se dijo que aumentarían con la anterior crisis económica y si miras las estadísticas los suicidios se mantienen constantes. El malestar ha subido pero hay que ver si con resultado de muerte.
Cerca del 80% de personas que se ha quitado la vida había comentado su intención previamente. ¿Qué está fallando?
— Falla que no se habla y, sin conocer las señales, no las identificaremos. La suegra de una amiga repartía sus cosas de valor porque se ve mayor. Le pregunté si es que pensaba en la muerte y me miró como si le hablara chino. No tiene por qué pero hay que preguntarlo, no pasa nada.
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