Magdalena Anna Zak. | Teresa Ayuga

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Crecer condicionado por unas capacidades desconocidas y cuestionarse continuamente la forma de ser, de pensar y de interactuar de uno mismo. Es lo que les ocurre a muchos adultos con Altas Capacidades intelectuales (ACI). En la actualidad existe un protocolo de la Conselleria de Educación por el que se realiza un cribaje en primero de primaria para detectar entre los alumnos, posibles casos de ACI. Sin embargo, los ya adultos, a falta de estas pruebas en su época estudiantil, han crecido siendo diferentes al resto y sin saber por qué. Magdalena Anna Zak (Polonia, 1983) es una de ellas.

Un reflejo de su hijo

Magdalena no había reparado nunca en las Altas Capacidades Intelectuales (ACI) hasta que hace unos años le plantearon la cuestión en el colegio de su hijo. Álex, con 10 años, sobresalía entre el resto. «Tampoco me llamaba tanto la atención cuando estaba conmigo, porque lo veía muy parecido a mí cuando era pequeña», explica la mujer. Con cuatro años, los intereses del niño orbitaban entre la ética, la muerte, el más allá, el comienzo del mundo, las consecuencias de las macrogranjas... Destacaba entre el grupo: pese a que disfrutaba jugando, a veces prefería quedarse observando y analizar el comportamiento de sus compañeros en el patio. Una de las madres de clase animó a Magdalena a hacerle las pruebas, por la privada. Los psicólogos no solo corroboraron las sospechas, sino que advirtieron a Magdalena que ella también cumplía con el perfil, algo más que probable, ya que las Altas Capacidades son frecuentemente genéticas y es común heredarlas de las madres.

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De pequeña se pasaba la vida en la biblioteca. «Lo pasé muy mal», apostilla. Sin programación adaptada, se veía encasillada en un modelo educativo que le aborrecía, por lo que devoraba todo tipo de literatura, en especial, la de aventuras y la de divulgación científica, incluso las definiciones de la enciclopedia. Ahora es titulada en Enfermería, ha estudiado Medicina, ha sido profesora de grados sanitarios, está aprendiendo inglés -habla también polaco, castellano, catalán y alemán- y se plantea formarse como educadora para inculcar a los pequeños el hambre de saber.

Sentirse diferente al resto

Las Altas Capacidades también impactan en la esfera emocional. La incomprensión y diferenciación que sienten los afectados puede acabar menoscabando su autoestima. En el caso de Magdalena, es muy exigente consigo misma, más que con el resto. También reconoce, sobre todo en el pasado, cierta ansiedad por temas trascendentales: las reflexiones sobre el sentido de la vida, sobre temas éticos y morales...«Mi cerebro está siempre pensando en varios planos, es inevitable dejar de pensar en estos temas». Su forma de ser, más reflexiva, inconformista y ávida de nuevos retos, le menoscabó la autoestima. «Siempre había sentido que no encajaba», rememora y confiesa que llegó a tener celos de la gente 'normal' y conformista. Ella siempre quiere ir «más allá», algo que muchas veces frustra. No tenía con quién hablar de sus reflexiones y se sentía incomprendida y avergonzada al exteriorizarlas. «Mis padres no me entendían mucho, pero estaban contentos porque sacaba notazas. También noté que me ponían un tope, les daba miedo que siempre quisiese más, quería apuntarme a mil cursos».

Además de autoestima, las relaciones sociales también le suponen un hándicap. Necesita conectar con las personas a nivel intelectual y poder aprender o compartir intereses particulares con ellas. Le ocurre lo mismo en el plano sentimental. Tras décadas de aprendizaje, y siendo ahora más consciente de su condición, trata ahora de aceptarse tal y como es y de exprimir las conexiones sociales con gente parecida a ella. Y, sobre todo, utilizar todo ese frenesí de interés y pensamientos en positivo.