Josep Miquel Arenas, junto a su abuela y su hermana. | Emilio Queirolo

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La llegada de Josep Miquel Arenas a Sineu, el pueblo donde se crió y donde viven las personas que más ha añorado durante los últimos cinco años, no pudo ser más familiar y festiva. Las pancartas de bienvenida y las esteladas estaban sujetadas por los líderes de los movimientos independentistas de Mallorca, pero no todos los que aplaudieron a Valtònyc al verle llegar con la camiseta el Barça y de la mano de su hermana y de su abuela, ambas emocionadas, eran simpatizantes de sus ideas antisistema, ni siquiera fans de sus polémicas canciones. «Simplemente me parece una injusticia lo que le hicieron, le usaron de cabeza de turco por cuatro canciones con apenas 18 años», explicaba un grupo que había llenado un coche para ir a recibirle a Sineu.

No lo conocían de nada, pero les ha conmovido su causa. Valtònyc no fue recibido «por cuatro independentistas», como dirán quienes han demonizado al rapero por las canciones que le valieron una pena de tres años y medio de cárcel por enaltecimiento del terrorismo e injurias a la corona. No, eran más de 200 y muchos corrieron para abrazar no a la figura mediática ni al protegido de Puigdemont, sino al amigo que llevaban cinco años sin ver. Como Esteve Fiol, que se dirigió al público para contar cómo fueron las cosas aquel 24 de mayo de 2018, cuando Josep Miquel Arenas fue condenado y los más cercanos montaron un grupo de apoyo para que pudiera huir y eludir la cárcel. «Tu lucha sin claudicar nos ha marcado a todos, ha sido pura poesía para todos nosotros», gritó con una alegría que no le cabía dentro.

Arenas, junto a varios amigos de toda la vida. Foto: Emilio Queirolo

Valtònyc no rapeó para sus admiradores, los que le han ayudado a resistir la soledad estos cinco años fuera de Mallorca, lejos de Sineu y de los suyos. «No voy a cantar porque no quiero que me vuelvan a detener», bromeó. Y solo habló para agradecer a quienes le han ayudado en todo, desde la fuga hasta encontrar un trabajo en Bélgica, al que se reincorpora el martes. Ni victimismo, ni una palabra de autocompasión, ni un atisbo de rencor salieron de sus labios. «Solo os pido que no seáis indiferentes ante las injusticias; ayudad con cualquier gesto, porque la solidaridad es la mejor arma que hay contra el poder, la represión y los abusos». Y mientras xeremiers y cantaires ponían la banda sonora al regreso de Valtònyc, muchas personas querían saludar, abrazar y hacerse fotos con su nuevo «ídolo de la insumisión ante el poder».