M. y S. cogidos de la mano. | Teresa Ayuga -

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Cuando a M. y a S. (las iniciales de esta pareja que prefiere mantenerse en el anonimato) les dijeron en julio del año pasado que les ponían en la lista de espera para la fecundación in vitro «fue una alegría», comentan. Habían recorrido un largo camino desde que en 2021 se dieron cuenta de que necesitarían ayuda para tener un bebé. Por eso, cuando a finales de marzo leyeron en el periódico que la máquina de reproducción asistía de Son Espesas estaba rota y que los procesos quedaban en el aire, fue como «otro jarro de agua fría».

Si su vida lleva un tiempo siendo un gran interrogante, este hecho acentúa la «incertidumbre». Piden soluciones a la administración, «que vayan derivándonos a otros centros, si en los públicos hay espera, a los privados», además de algo de empatía porque «es duro depender de una máquina rota para que te proporcione un hijo», señalan.

«Leemos que hay 60 personas esperando y que no está ni la máquina... ¿Cuándo nos va a tocar? Cuatro años esperando... ¿y si luego no funciona?», comparten sus temores.

Ante todo quieren dejar claro el buen trato y la delicadeza con la que siempre les ha tratado el servicio de reproducción asistida del Ginecología de Son Espases. «Esto no es con ellos sino con quien tenga que moverlo», dicen. «No tener una máquina, no saber quién la va a proporcionar, en qué tiempo... Ya sabemos que esto no es como tener un cáncer pero es un derecho del que nos privan y conlleva una carga psicológica muy gorda».

M. y S. tomaron la decisión de ser padres en enero de 2021 cuando «dejamos los anticonceptivos tranquilamente». Por aquel entonces ella tendría 34 años y él 28. «Al año de no quedarme embarazada miramos a través de la clínica privada el hacernos pruebas para ver si teníamos problemas», explican. El esperma de él era de baja calidad y les recomendaron la técnica in vitro.

En la sanidad privada esto implica un coste de unos 10.000 euros mientras que, al haber un problema sanitario, está incluido en la cartera sanitaria pública.

Sin embargo, «cuando ya teníamos la cita con el hospital me quedé embarazada», relata ella, pero al mes tuvo un aborto. Además del dolor por la pérdida, el proceso de fecundación se paralizó y les hicieron esperar un año. Todo se posponía de julio de 2022 a julio de 2023.

El verano pasado finalmente empezaron los trámites y entraron en lista de espera de in vitro. La estiman era poder hacerlo este mes de julio y mientras tanto, «a mi marido le repitieron las pruebas para reconfirmar y para ver si hay algo que puedan hacer para llegar a la in vitro con las mejores condiciones.

Este 2024 ella ya tiene 37 años y él 31. El tiempo empieza a apretar, sobre todo si quieren más de un hijo. En febrero hablaron con la ginecóloga quien ya les comentó que podría haber un posible retraso en el proceso. Les hablaron de finales de año. A día de hoy «no nos han dicho nada y no nos han llamado todavía».

Ella ha dejado de tomar ácido fólico «era un recordatorio diario de que no me quedaba embarazada». Y durante todo este tiempo, «él está mejor. Yo lo sufro más porque es un aborto, es tu cuerpo, tengo el instinto... Y yo me considero una persona positiva pero no es fácil ver a los demás que se quedan en la primera mientras tú tienes problemas, estás en lista de espera, de repente se rompe una máquina...».

Se definen como un equipo, pero él lleva la carga silenciosa de pensar que es que no puede poner de su parte. «Somos los dos. Lo difícil es cuando te enteras, cuando lo tienes que asimilar...» Toca seguir esperando aunque como ya se sabe a los 35 años las posibilidades empiezan a reducirse también para ellas.