El geógrafo Miquel Salamanca.

TW
0

Cada mañana mira por la ventana el tiempo que hace, como hacía su abuela, y muchos de sus seguidores, que ya forman una generosa comunidad de 12.200 personas en X, esperamos su primer parte meteorológico del día. La vida del geógrafo Miquel Salamanca, hombre del tiempo en IB3 Televisió, ha estado marcada por el clima desde su infancia, cuando un rayo cayó encima de casa durante una terrorífica tormenta nocturna. Alejado de las cámaras por un glaucoma del que ya se está recuperando, aprovecha para aconsejar sobre la importancia de hacer revisiones periódicas.

¿Sigues imitando a tu abuela al despertarte?
Nací en una familia de payeses de tradición muy agrícola. Mi abuela, especialmente, que era hija de ‘amos’ de una posesión, se dedicó a la tierra desde pequeña. Eran gente que necesitaba saber muy bien el ritmo del año y conocían muchas señales; mi abuela era una buena observadora del cielo. Eso me maravillaba, y ella me enseñó la cultura de las nubes, que lamentablemente se ha perdido.

Recuérdala aquí, ahora.
Las nubes de desarrollo vertical, que son esplendorosas, y que pasado mediodía acaban en tormenta, iban recibiendo diferentes nombres, dependiendo de donde se observaran. Desde el poniente de Mallorca, donde vivía mi abuela, que era de Puigpunyet y Establiments, miraba hacia el interior de la isla y veía unas nubes de tamaño medio a las que llamaba Fadrins de Pòrtol. Desde su zona creían que crecían en ese pueblo. A otros les llaman Al·lots de Santanyí, y sabían que al mediodía llovería. Cuando ya estaban muy desarrolladas, se les llamaba En Jordà o En Massota y En Botilla, que salen siempre juntas. En Mallorca todas las nubes tenían un nombre.

¿Ocurría lo mismo en el resto de islas?
Sé que en Eivissa también existe esta tradición, pero en Menorca lo desconozco, probablemente también la hubiera. Esta cultura oral les permitía tener una previsión de fortuna, con capacidad de tener cierta noción de cómo evolucionaría el tiempo. ¿Cómo puede saber que mi abuela mirando nubes acertara tantas veces?, me preguntaba. Era algo que me flipaba.

Fascinante.
Es una cosa que los meteorólogos hemos descuidado. Con la Universitat de les Illes Balears intentamos hacer una recopilación más completa de estos nombres. Mi abuela es la que me aportó más, pero también una amiga suya, a la que fuimos a entrevistar. Sin embargo, casi no soltó nada porque le daba vergüenza, al creer que eran «cosas antiguas», como nos decía. La culpa es nuestra porque hemos salido en la televisión, trajeados, y nos hemos alejado de la tradición popular. Ahora creo que lo estamos recuperando. Como tú, seguro que hay mucha más gente a la que le puede interesar. Y todo esto son solo algunos nombres representativos, pero también se nombraba a las diferentes maneras de llover o las particularidades del viento.

¿Algún hecho concreto de tu infancia o adolescencia te marcó y motivó para estudiar geografía?
Cuando tenía ocho años vivíamos fora vila. Durante una tempestad, de noche, en casa impactó un relámpago que quemó la instalación eléctrica, la televisión y el teléfono, que hacía poco que lo habían instalado. Fue un susto enorme. Hubo muchos gritos; imagínate, éramos tres hermanos, los abuelos y mis padres. Es algo que impacta. Más mayor, cuando el torrente de na Bàrbara se desbordó y dañó un puente cercano entendí la fuerza que tiene el agua. El tercer suceso que me marcó mucho fue en el instituto, en 1989, cuando hubo las torrentadas de Manacor y fui a ver los destrozos. No ha vuelto a haber algo parecido, ni lo que pasó en Sant Llorenç. No murió tanta gente como en 2018, pero porque todo estaba menos construido. Visité sus efectos y para mí fue un clic que me convenció de que quería estudiar todo esto. Mi posgrado, de hecho, fue sobre inundaciones.

Vuestro trabajo os permite tener una perspectiva diferente del clima porque recordáis con precisión los fenómenos climáticos. ¿Es una afirmación sin fundamento o realmente este invierno ha sido muy caluroso?
Es cierto que este lo ha sido especialmente, pero también los últimos inviernos. Hablar de cambio climático en los años noventa era difícil, pero ahora es más fácil porque pasan cosas que se ven. Se han interiorizado muchas situaciones que en los setenta hubieran parecido extraordinarias. Si coges una serie climática y miras los días de verano en los que se han alcanzado 40 agrados, es increíble la cantidad que tenemos ahora respectó a los sesenta y ochenta. Entonces era algo extraño, y ahora lo raro es no llegar a tener días tan calurosos. La mayoría de veranos no se llegaba a esta temperatura. Cualquiera lo puede consultar en la Agencia Estatal de Meteorología. Ya tenemos noches tropicales prácticamente cada día entre mediados de junio y finales de septiembre. Antes no había tantas. En Palma se superan las 100 noches tropicales, más de tres meses seguidos con estas temperaturas. Esto repercute en el descanso humano, y la mayoría dormimos porque tenemos aires o ventiladores.

¿Cómo imaginas el clima de Baleares de aquí a 15 o 20 años?
No sabría qué decirte porque depende de muchos factores. No dejará de ser mediterráneo, eso seguro, pero las tendencias observadas en todo el mundo, y especialmente aquí, es que vamos hacia un clima más extremo. Llegar a los 44 grados de Montuïri y Formentera, que es el récord de temperatura en Baleares, podría haber sido posible en los sententa, pero el escenario no lo favorecía; en cambio, ahora, es más probable que se repita. El verano se alarga, empezando en mayo, aunque este año está siendo más normal, y acaba más tarde. Parece que la lluvia se reducirá. Antes llovía más regularmente; en adelante será parecido, pero más de golpe. Eso que has notado, de que en los últimos años el clima está cambiando más rápido, no era habitual, pero de aquí a unos 15 años lo tendrás muy interiorizado. Los humanos nos adaptamos. En los ochenta hacía calor, pero no como ahora. Era impensable, pero se ha normalizado y pasará lo mismo con otros fenómenos.

Dices que prevenir el tiempo en las Islas es muy difícil. ¿Lo será más a medida que se intensifique el cambio climático?
Lo dificultará en determinados momentos, no siempre. Sí que lo hará en la transición de estaciones, sobre todo entre finales de verano y otoño, que es cuando llegan las borrascas y las primeras lluvias. Para un meteorólogo es un dolor de cabeza. Ningún modelo, ni la ciencia en general, puede prevenir el lugar y la hora de por dónde caerá exactamente la lluvia. El día de la torrentada de Sant Llorenç todos sabían que llovería con intensidad, pero ninguno podría haber dicho dónde. Si llueve fuerte, puede haber una torrentada, pero en la Mallorca actual hemos ocupado mucho territorio, y estamos más expuestos.

Y se siguen cometiendo los mismos erorres.
No es trabajo de un meteorólogo decir si habrá o no una torrentada, es algo que depende de otras personas. La crisis climática complicará la vida. Damos la espalda a la naturaleza, y especialmente a la meteorología; creemos que podemos dominarlo todo, pero no es así. Hay que adaptarse, en vez de dominar. Palma ignora todo esto y la cruzan varios torrentes que cualquier día podrían desbordarse. Los del paseo marítimo provocarán un grave problema. Todo es fruto de la mala planificación urbana, no del cambio climático.

¿Qué fenómenos extremos destacarías de los últimos 24 años?
Empezamos el siglo con una sequía brutal de dos a tres años, que fue particularmente intensa, con un déficit de lluvias generalizado en todas las Islas. Esto, en una región que no eran como ahora, pero la vegetación natural y la fauna sufrió mucho. Todo acabó con un temporal histórico, el de noviembre de 2001, y que no se ha vuelto a repetir. Luego destacaría la tormenta del 4 de octubre de 2007 formada por dos cap de fibló y un esclafit, que arrasó el polígono de Can Valero y el hospital de Son Espases, que estaba en construcción y murió el vigilante. No hubo fallecidos de milagro. El mismo mes, el día 17, llovió muchísimo en Puigpunyent y Esporles y se inundó parte de la carretera de s’Esglaieta. Murió una turista. Después vendría la gran nevada de febrero de 2012, que marcó muchísimo. De las que pasan cada mucho tiempo. En 2018, en Sant Llorenç, la naturaleza nos avisó, a pesar de que le demos la espalda. Creo que algo hemos aprendido. Luego no pasó nada destacable hasta las olas de calor de 2022, con el récord de 44 grados de día en Montuïri y Formentera y de 30, de noche, en Sóller.

«Una nevada en Mallorca pasará de ser un hecho curioso, como lo es ahora a ser excepcional», dijiste en una entrevista tras la publicación de El llibre de la neu, del cual eres coautor. ¿Tus hijos no verán la Serra teñida de blanco?
Realmente no dije eso (Ríe). Nevadas no dejará de haber, pero no serán tan frecuentes. ¿Cómo puede ser que tengamos un invierno sin apenas frío y, de repente, caiga una nevada? Por lo que decíamos: el clima será más extremo. La media de días en los que nieva se reducirá, pero no las grandes nevadas. Habrá más temporales como Juliette. Tengo que decir siempre me ha gustado mucho la montaña; no soy un gran excursionista, he ido a los Pirineos y a los Alpes alguna vez, pero a la Serra iba todos los fines de semana. En invierno llevaba las polainas porque se necesitaban, sabías que habría nieve. Mis hijos no verán tantos días como antes. Fíjate que la Serra está llena de cases de neu que hoy no se podrían mantener, ¡y algunas están a 400 metros de altura! En aquella época la gente no hacía las cosas por hacer. Sabían que obtendrían un rendimiento económico. Construirlas, con su red caminos para bajar la nueva a los pueblos, era muy costo.

¿Los días de polvo sahariano en suspensión han aumentado en los últimos años? ¿Irán a más?
No está tan claro que haya más episodios. Ha habido más en los últimos años, pero esta primavera, por ejemplo, apenas hemos tenido.

Subiendo el Puig de Ses Vinyes encontré unos cocons en medio de un roquedal en los que brotaba musgo y otras plantas. La tierra era rojiza, y seguramente fue depositada por las lluvias durante siglos hasta crear un ambiente idóneo para que creciera vegetación.
La roca de Mallorca es calcárea y es soluble con el agua de lluvia. Se va erosionando por el clima, se disuelve y genera una capa de sedimento marrón, parecido al polvo africano. Evidentemente, lo que cae en un cocó no sale, si no lo saca nadie. Así que sí que hay restos de ese polvo que han llegado por la lluvia de barro. Puede llegar incluso del Chad o Mauritania. El mundo está conectado. Una plantita en la Serra crece, en parte, gracias a unos sedimentos que vienen de esos países africanos.

Otra observación que quizás sea anecdótica: ¿Por qué en verano, cuando toda Mallorca está despejada, es común que solamente se nuble en la zona de Banyalbufar?
Es una nube muy particular, que aparece en esa zona y hasta Valldemossa. Tiene que hacer un día de verano de calma general, de basca, como decimos. El sol debe calentar con fuerza, en el interior se despeja y el viento tiene que ser suave y soplar de Levante. La Serra hace de barrera para este viento, y el aire que está en contacto con el mar sube hacia las montañas y se condensa por la humedad; de ahí surge esa nube, que puede estar durante horas. No pensé que la gente normal observara estas cosas (ríe).