Miguel Ángel junto a Jaume, en Can Gazà. | Click

TW
1

A la persona que fallece se la puede despedir de tres formas. Si tiene familia, es la familia quién decide cómo enterrarle y qué ceremonia es la más apropiada; si vive en la calle, sin familia, ni amigos, se le entierra en soledad y si vive en una comunidad, tipo casa de acogida, pues depende.

¿Recordáis que hace unas semanas os hablé de aquella familia que fue desahuciada, y que la madre, que padecía de obesidad, y no se podía mover, la tuvieron que sacar los bomberos en una grúa? Pues bien, consumado el desahucio, mientras a la madre y a su compañero los ingresaron en un centro de Can Pastilla, el hijo, llamado Miguel Ángel, también con obesidad mórbida, lo que le impide trabajar, por tanto no tiene ningún ingreso, se quedó en la calle, comiendo de lo que le daban y durmiendo cómo y dónde podía. Un buen día, a través de la asistenta social, el hijo contactó con Can Gazá, donde le acogieron, siempre y cuando colaborara en las tareas de la casa, «pues -le dijo Jaume Santandreu, ex cura, dedicado prácticamente toda su vida a recuperar gente de la calle, ofreciéndoles un techo, muy simple, pero muy digno-, para que no te sientas que vives de la caridad, sino de tu trabajo, es por lo que tendrás que trabajar en esas tareas durante unas horas al día, tareas por otra parte muy sencillas y en consonancia con tus facultades». Por eso, tras dormir la primera noche en Can Gazá, al día siguiente, a nada que terminó la labor encomendaba, fue a Can Pastilla y se lo contó a su madre. La mujer, sonrió, apretándole la mano con amor. Una semana después, la buena mujer murió.

Dos o tres días después del fallecimiento de la madre de Miguel Ángel, el friegaplatos de Can Gazá falleció mientras dormía. Fue una muerte dulce, tanto que ni se enteró. Vamos, es que ni siquiera se enteró la persona que compartía con él la habitación. Ambas personas fueron enterradas muy dignamente en el cementerio de Palma.

En cuanto a las ceremonias fúnebres en sus recuerdos, nada tuvieron que ver con las de los que se mueren en la calle, porque vive en ella, puesto que no tienen ceremonia, ni tampoco con el que tiene una familia, que lo expone en el tanatorio para que sus amigos se despidan de él, y luego celebra un funeral por su alma. Pero, en este caso, y pese a que uno no tenía familia, y al otro se le había muerto la madre lejos de Can Gazá, por tanto no pertenecía a esta comunidad, sí hubo ceremonia en recuerdo de ambos.

Jaume Santandreu nos cuenta cómo lo hicieron, mientras, a su lado, José María, escucha atentamente.

«A falta de tanatorio, y con los cadáveres ya enterrados, convertimos una de las salas grandes de la primera planta que hay junto a la entrada, en un tanatorio. Para ello, colocamos dos sillas, y frente a estas, varias hileras de sillas, y al lado, una mesa. En las dos sillas nos sentamos Miguel Ángel, hijo de María, y yo, en representación del friegaplatos de Can Gazá, delante de nosotros, en las sillas, los que viven en Can Gazá y que, voluntariamente, quisieron asistir, que fueron todos. Y sobre la mesa, depositamos un ramo de flores. Aparte de eso, nada más en cuanto a las personas… Bueno, sí, Joan Mateu, presidente del Can Gazá, leyó las bienaventuranzas, a lo que siguió un pequeño sermón que les hice, dirigiéndome, en primer lugar, a Miguel Ángel. Tu madre -le dije- no necesita ni flores, ni oraciones, ni siquiera lágrimas, sino ver cumplidos sus deseos. Y yo no dudo que Antonia, tu madre, si le hubiéramos preguntado en Son Llàtzer, dónde murió, por su último deseo, este, sin duda, hubiera sido el de cuidad de mi hijo. Y como sabía que estaba aquí, se fue en paz, puesto que, efectivamente, Miguel Ángel, ya es uno más de nuestra familia».

Ni que decir tiene que Miguel Ángel, durante la ceremonia se emocionó mucho al escuchar a Jaume, como también, ayer, se volvió a emocionar cuando este nos contaba como se desarrolló aquella.

«Y en cuanto al friega platos…. -Santandreu retoma su relato- A lo largo de mi vida he visto muchas muertes, y de ellas, las que más me repugnan son las muertes inútiles. Por tanto, hagamos que su muerte no lo sea. Este hombre, antes de venir aquí, vivía en un coche… ¿Os imagináis lo que es vivir así? Sin embargo, desde que vino aquí, no solo ha podido llevar una vida digna, sino que ha tenido también una muerte digna, porque, imaginaros si hubiera muerto en el coche… La policía hubiera dado parte, le habrían ido a buscar, la habría enterrado sin que le acompañara nadie…¡Que triste, eh…! Triste e indigno, pues quién muere en la calle, solo, sin nadie, tiene una muerte indigna, una muerte inútil».

Quedaba el final de la ceremonia. El pésame. «Pues él se va, pero quedan su familia, sus amigos, gente que le quiere… Por tanto -les dije-, al final hay que dar el pésame, tanto a él como a mi. ¿Cómo? Lo podéis hacer de cuatro maneras. Pasando por delante e inclinando la cabeza. Es la forma oficial. Luego está la humana, consistente en dar un apretón de mano. Y si tienes un sentimiento hacia la persona, da un abrazo. Por último, como aquí, entre nosotros, no solemos manifestar nuestros afectos, a quien le apetezca, que los manifieste dando un beso y un abrazo».

Jaume reconoce que ya bien dándole la mano, dándole un abrazo o inclinando su cabeza, todos le dijeron algo «y yo les respondía con un te quiero. Por ello, en ningún momento, me sentido solo, ni él -señala a Miguel Ángel- tampoco. ¡Ah!, y otra cosa: al día siguiente llevamos el ramo de flores al cementerio. Y es que, dentro de nuestra modestia, si en Can Gazá hemos conseguido que nadie de los que viven aquí piensen que viven de la caridad, sino que viven del trabajo que hacen, que dependiendo de sus posibilidades físicas puede ser mucho o poco, también estamos luchando por una muerte digna».

Queda claro.

Por cierto, y hablando de otra cuestión, de libros… Tenemos entendido -le decimos-, que pronto a tus algo más de 40 libros escritos vas a añadir otro, además con el Nihil Ostat, concedido por el profesor de ética, además de Servus Servorum de Magninalia, Bartomeu Bennasar, algo que no figura en los anteriores, y que va, según sabemos, de homilías, de algunas de tus homilías…

Jaume sonríe, y como sabe latín -además, habla latín-, guarda silencio. «Por hoy, centrémonos en la muerte digna. Lo del libro dejémoslo para más adelante».

Vale, pero que conste.