Distintas nacionalidades en una actividad de Son Gotleu a principios de los 2000.

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Son Gotleu era un barrio que abría sus puertas a las diferentes nacionalidades, que convivían en perfecta armonía con los residentes mallorquines. Para entender esto hay que viajar hasta los años 80, cuando se produjo una transformación residencial muy significativa. Las condiciones inadecuadas de las viviendas hizo que, poco a poco, las familias del barrio empezaran a marcharse a medida que mejoraba su situación económica, dando paso a personas con menos recursos o mayor vulnerabilidad. Entre ellas, el colectivo inmigrante.

Los inicios de los 2000 trajo grandes retos para el equipo municipal del momento y los equipos de intervención comunitaria. Si antes los inmigrantes representaban una mínima parte, en el 2002 empezó a repuntar la población extranjera y a crearse segregación residencial.

La ola de violencias por parte de los argelinos en las últimas semanas ha puesto en el punto de mira a Son Gotleu. Sin embargo, los últimos 20 años están marcados por una lucha vecinal imparable que consiguió la paz, incluso la convivencia, entre las diversas nacionalidades que convivían -y conviven- en el barrio entre 2008 y 2011, posiblemente los años con mayor ruido en la barriada. Detrás de esa lucha hay dos figuras clave, la de Maribel Alcázar, la actual presidenta de la Federació d'Associació de Veïns de Palma, y Carlos Vecina, sociólogo y técnico en intervención comunitaria.

«El punto más alto en el número de inmigrantes coincidió con la puesta en marcha de un proyecto de desarrollo comunitario. En ese momento, So n Gotleu estaba experimentando un proceso de adaptación a una nueva realidad: un barrio con mucha vulnerabilidad social», recuerda Vecina, que nos sitúa en 2008.

Una disputa por unas gafas de sol generó en 2009 una de las batallas campales más señaladas de los últimos años en Son Gotleu entre africanos y la comunidad gitana. En ese momento, el proyecto comunitario ya tenía en marcha un trabajo importante, pero tenían que ir a más: «Tuvimos que intervenir con un consejo de barrio para desarticular el conflicto», destaca Maribel Alcázar. Consiguieron un acuerdo por la convivencia entre los dos grupos y restablecieron la paz.

Fiestas comunitarias
«La resolución de los problemas fue gracias a que llevábamos en marcha el proyecto comunitario y trabajábamos para la alianza entre la población. Dábamos voz a los líderes locales. Se buscó acercar a todas las partes, expone Carlos Vecina sobre la evolución tan positiva que establecieron en Son Gotleu. Con esto, vinieron las fiestas populares de las barriadas de Pere Garau y Son Gotleu y las actividades comunitarias, en las que participaban toda clase de extranjeros. Se llegaron a realizar, incluso, varias limpiezas de barrio colectiva.

Son Gotleu contaba con una asociación vecinal, entidades locales, de una atención por parte del Ajuntament de Palma y del equipo técnico de intervención muy comprometido con la barriada. Todo desapareció con el cambio de gobierno en 2011 –fue la entrada del Partido Popular con José Ramón Bauzá–.

«La desaparición del proyecto comunitario significó un cambio preocupante para el territorio, además de que llegó justo cuando habíamos conseguido una alianza entre los líderes de cada nacionalidad, incluso el apoyo de otros barrios», sentencia Carlos Vecina. Pero no fue lo único. También eliminaron la Dirección General de Inmigración y poco a poco desaparecieron las asociaciones que había para dar voz a las diversas poblaciones, de la de Ghana o de Nigeria, entre otras. «Nuestra participación en el barrio fue breve pero intensa», rememora Alcázar.

En ese mismo año sucedió la muerte de un nigeriano que se cayó de un quinto piso. El colectivo africano culpó a la comunidad gitana del suceso. Esto sucedió en agosto de 2011, el fin del proyecto comunitario se produjo un mes antes y las elecciones generales fueron en mayo. La muerte de ese joven volvió a suscitar las peleas.

Desde entonces, Son Gotleu ha sido un barrio olvidado para el Ajuntament. Tampoco hay asociación de vecinos que sostengan el día a día y las necesidades de quienes residen allí. Hay cada vez más guetos y cada vez la intervención comunitaria es más complicada. « Todo ha quedado abandonado», lamenta Maribel Alcázar.