Carlos Conde Rodríguez llevaba más de 30 años ofreciendo pañuelos de papel en ese semáforo. | A. Sepúlveda

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El nombre de Carlos Conde Rodríguez quizá no les suene de nada. Pero si hablamos del hombre que llevaba décadas vendiendo clínex en uno de los semáforos de Portopí es posible que le venga a la imagen del varón, todo un histórico de la zona. Este jueves a mediodía la Policía Nacional encontró su cuerpo sin vida en el interior de una casa deshabitada del barrio de Son Armadams. Todo apunta, a falta de la autopsia, a muerte natural.

Al parecer, según fuentes judiciales, Carlos, nacido en 1954, llevaba días pernoctando en dicho lugar. Hacía semanas había tenido un problema médico que le obligó a ser hospitalizado y que creía haber superado. Tanto que ya había buscado una habitación para hacer su vida en el barrio de Santa Catalina, a la que iba a entrar en unos días. Incluso había pagado por adelantado el mes.

El 112 recibió el aviso sobre las 12.00 horas. El cuerpo de Carlos Conde había aparecido en la escalera tirado. No tenía signos de violencia. Hasta el lugar, la calle Pilar Juncosa, se desplazaron una patrulla de la Policía Nacional y una ambulancia. No había nada que hacer. Poco después fue informado el juzgado de guardia del óbito. Fuentes cercanas al vendedor ambulante recuerdan que su vida era el semáforo de Portopí, donde llevaba «desde los 90, antes de que hicieran el centro comercial». Y «nunca había tenido ningún problema con nadie», añaden.

En los últimos días se le veía mucho por la zona de la Plaza Progeso de la capital balear. Allí departía con sus amigos, todos como él, que tenían en la calle su centro de operaciones. Todo giraba en torno a ella. Ese semáforo, su semáforo, ya le echa de menos.