María Garcés, con un ejemplar de su libro, 'La interesante historia del Reino de Mallorca'. | Jaume Morey

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Estudió Farmacia y ha ejercido como especialista en análisis clínicos. Pero su vena curiosa explotó una vez jubilada para dar rienda suelta a una acumulación de conocimientos que reunió autopublicando un libro de la mano de Amazon con el que cumple un objetivo vital. María Garcés (Palma, 1956) ha dado forma a La interesante historia del Reino de Mallorca, un trabajo ágil con el que busca dar a conocer ese periodo y poner en valor a sus protagonistas y hechos, coinciendo con el 700 aniversario de la muerte de un de sus grandes protagonistas, el rey Sanxo I, para el que reivindica como para otros un espacio de mayor entidad en el callejero de Palma.

¿Cómo surge la idea o la motivación para escribir este libro sin tener ningún vínculo previo?
— Por curiosidad, siempre he leído cosas relacionadas con Mallorca. La historia de estos reyes siempre me ha inspirado curiosidad por saber qué pasó. Y viajando por el sur de Francia, ver los palacios que hay eran un aliciente añadido para seguir conociendo. Con los años, quise poner orden a esas ideas desordenadas, pero para mí. Hubo gente, al saberlo, expresaba esa curiosidad y me pedían copias de ese documento. Llegó un momento en que la forma de hacerlo llegar no era cómoda y decidí buscar cómo publicarlo y trasladarlo al formato de un libro. Amazon fue la plataforma más asequible y ágil y, con la ayuda de una de mis nueras, le dimos forma a esos textos y fotos.

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María Garcés, en el Palau de la Premsa. Foto: Jaume Morey

¿Cree que se ha infravalorado el peso o el papel del Reino de Mallorca en nuestra historia?
— Creo que no se ha potenciado en la enseñanza y en otros escenarios. Por ejemplo, Catalunya sí que se ha preocupado en que se sepa su historia, pero aquí no se ha hecho lo suficiente. Mi única misión con este libro es que la gente tenga una visión sencilla, ordenada y fácil de consultar y comentar de lo que fueron el Reino de Mallorca y sus monarcas. Que tenga una idea cuando pasa por La Almudaina, por Sineu o por Llucmajor, donde está esa estatua de Jaume III tan ignorada, de qué fue. No tengo otra aspiración alguna.

Durante este camino habrá aspectos que le habrán llamado la atención y le habrán sorprendido.
— Es el caso, sin tener justificación histórica, de la ‘ratapinyada’ en numerosos escudos de nuestros monumentos, por ejemplo, o la Cimera con el dragón alado con la que se representa a Jaume I, que aparece especialmente en la zona de Valencia y no es real porque empezaron a usarse posteriormente o así se manifiesta en la publicación del Aureum Opus (1514, siglo XVI). En Mallorca no se observa y nos ha llegado como influencia desde allí. Y que Cabrit i Bassa estén en dos capillas de la Seu, sin ser santos sino guerreros, deja patente el peso de la fuerza del pueblo por entonces y su influencia. Y los verás en otras iglesias de Mallorca. O también que los restos de Jaume II estuvieran durante años depositados en una caja de pino, a la que muchos pudieron acceder fácilmente llevándose dientes o mechones de pelo…

¿No se ha puesto en el lugar que les correspondería a esa saga?
— Lo que pasó y lo que no ayudó es que era un reino pequeño, disperso, difícil de defender militarmente. Además, no duró mucho, poco más de un siglo, y estos reyes tenían varios palacios y repartían su estancia en diferentes lugares, Colliure, Perpinyà, La Almudaina…

¿Merece especial mención el papel de las reinas en cuestiones trascendentales, más allá de ser meras consortes?
— Fue importante su aportación porque se habla de ellas. Se sabe que la mujer de Jaume I, Violante de Hungría, era la que movía hilos en todos los testamentos. Se encargaba de ajustarlos en función de los nacimientos o defunciones de los hijos. Además, el propio Jaume I admite que accedió al consejo de su mujer para hacer un reparto de unos límites entre territorios. Las reinas aparecieron cerca de los campos de batalla y desde allí animaban o aconsejaban a sus maridos. Fueron realmente colaboradoras activas. Por último, Isabel, la hermana de quien hubiera sido Jaume IV, fue quien recibió el legado y luchó por el Reino de Mallorca.

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La autora, con un ejemplar de su libro. Foto: Jaume Morey

Llama la atención que el callejero de Palma no ha hecho justicia con algunos de estos personajes históricos...
— A Jaime III, por ejemplo, se le ha dado demasiada importancia en ese aspecto, creo. Mejor era Jaume I o II… y no hablemos del rey Sanxo I, que tiene una pequeña calle en el ensanche y que estaría mejor, por ejemplo, junto a su sobrino (Jaume III) en lugar de Barón Santa María del Sepulcro, por poner un caso. Otro cambio a sopesar sería el de la calle Gilabert de Centelles, que honra a la persona que lideró a las tropas aragonesas en la batalla de Llucmajor, donde se perdió el Reino de Mallorca, para más tarde decapitar a muchos nobles mallorquines. Reivindico una mirada histórica en este sentido porque el callejero de Palma no hace justicia con algunos.

¿Puede servir este libro para recapacitar o, al menos, conocer mejor esa etapa?
— Creo que puede ayudar a que la gente tome conciencia de que existió un Reino, que no conocemos debidamente a sus reyes y espero que genere, al menos curiosidad. Que la gente vea nuestra historia con otros ojos, o los lugares por los que pasan y que tienen un gran valor patrimonial, como La Almudaina, por ejemplo. Que se interesen por hacer suya esa historia. Que sepan que hubo un Reino de Mallorca, condenado a ser absorbido por otros como hoy está al orden de día a consecuencia de la globalización, donde los pequeños acaban en manos de los grandes. Era un Reino con dificultades claras para sobrevivir, pero no podemos negar ni esconder que existió.

Ahora que se cumplen 700 años de su fallecimiento, ¿qué papel tuvo Sanxo I en el crecimiento y consolidación del Reino?
— Solamente gobernó trece años y estaba enfermo. Fue un recurso de su padre, le tocó a él reinar e hizo todo lo que pudo. Le correspondieron unos años en los que potenció el comercio, la navegación, las rutas comerciales… y también a nivel legislativo para acercar a las ciudades con el resto del territorio. Abolió normas represivas y dejó un legado a tener en cuenta.

Aunque era algo que se podía adivinar, ¿tuvo un final demasiado triste?
— Lo fue. Pero después fue a peor. La historia no se acababa en la batalla de Llucmajor, hubo posteriormente esos intentos por reflotar el Reino por parte de quien pudo ser Jaume IV y su hermana Isabel. El primero llegó a ser conocido siendo preso, generando un sentimiento de compasión hacia él. Ambos y el Reino de Mallorca como tal tuvieron un final triste, sí, es la palabra adecuada.