Uno de los sintecho que se ha instalado en una zona del aeropuerto de Palma. | F.F.

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«Aquí estamos seguros, no molestamos a nadie; y en días como hoy se está caliente y en verano fresquito». Esa sencilla declaración de intenciones la hace uno de los inesperados ‘vecinos’ del aeropuerto de Son Sant Joan, que en una de sus zonas de paso hace tiempo cuenta con unos residentes que no llegan allí por gusto, pero que han encontrado un espacio en el que intentan pasar inadvertidos para los usuarios, personal y pasajeros, miles de ellos al cabo del día que pasan ante ellos, aunque resulta complicado.

A medio caballo entre el aparcamiento y la términal, agazapados algunos y otros un poco más a la vista, un grupo que apenas llega a la decena de personas sintecho porta en mano sus escasas pertenencias a bordo de los carritos del equipaje, armarios ambulantes que aparcan durante el día, dejándose ver algunas de esas personas por otras dependencias del recinto aeroportuario. Algunos las depositan allí, sabedores de que poco interés pueden crear más allá de entre sus propios compañeros.

Supervivencia

Allí, buscan entre la comida que dejan los turistas en papeleras o entre las sobras de los restaurantes, «y es una pena, porque se tira mucha comida...», y aprovechan los baños para hacer sus necesidades o adecentarse mínimamente. Los enchufes les sirven para conectar y cargar sus teléfonos móviles, que les permiten conectarse con el exterior y matar el tiempo en algunos casos. O sirven de improvisada radio.

Todos ellos intentan pasar inadvertidos y han colocado filas de sillas en los costados de esa zona de paso de la que han hecho su hogar, aunque los que diariamente trabajan o circulan por allí ya han convertido su presencia en familiar, aunque de día sí que choca encontrar a alguno de ellos tendido en el suelo durmiendo. De noche, en ese espacio de Son Sant Joan, abierto las 24 horas, el silencio únicamente lo rompe algún ronquido.

De lejos, se pueden observar mantas extendidas en el suelo, a modo de camas. Esa tranquilidad es lo que agradecen, aunque en verano «algunos turistas hacen ruido, incluso se acercan a nosotros y molestan», explica uno de ellos, que prefiere ocultar su nombre, procedencia e historia. A buen seguro, no esperaba un desenlace así, pero el destino les ha llevado a todos ellos a compartir techo, paredes y una vida que soñaban mejor.